lunes, 31 de mayo de 2010

Mariposa y Caracol.

Para Martha.

El Caracol salió de su concha

Asomó la cabeza entre las plantas

Y miró al cielo buscando las alas

De alguna hermosa mariposa.

Una Mariposa volaba bajo

¡Oh, que gran cansancio!

pues de lejos venía

buscando compañía.

Al Caracol le saltó el corazón

Cuando a lo lejos miró

Un par de antenas marrón

Volando en su dirección.

Alas de color azul

Grandes ojos brillantes

Una figura esbelta

Y por supuesto,

Una sonrisa coqueta.

Hola linda Mariposa

Te pregunto una cosa

¿qué haces por estos lugares?

Cansada de volar estoy.

Un largo viaje ha sido,

Y por cierto, muy aburrido.

Sin compañía yo voy

Recorriendo el jardín,

Que parece no tener fin.

Diga usted, Mariposa,

en qué puede ayudar

un sencillo caracol.

Un lugar para descansar

Y algo de su tiempo

para conversar.

Mi hogar es apenas una choza,

pero yo le ofrezco otra habitación,

algo digno de admiración:

Una bella flor.

Si conversar desea

Subiré hasta la azotea.

¡Qué tierno y que amable eres, Caracol!

Gracias por tan bella habitación,

En verdad aprecio tu atención.

Mariposa se retiró a dormir.

Al día siguiente,

Caracol no tardó en subir

Para su tiempo compartir

Con tan distinguida huésped.

Un día él subía,

Otro ella bajaba

Él le coqueteaba

Y ella se sonrojaba,

Pero nunca le comentaba

El cariño que le profesaba.

Oculta entre las hojas

Alguien asoma las cejas

Observa con impaciencia

A la dulce pareja.

Una Araña llego una tarde,

Y con gran alarde

Tejió una red muy grande.

Mariposa la vio

Y pensó

¡Qué hermoso lugar!

Una tarde Caracol subió

Y a Mariposa no encontró

Asustado, entre las flores buscó.

Muy sorprendido

Y algo confundido

A la tierra volvió.

Mariposa estaba con Araña.

¡Oh, que gran artimaña!

Mariposa se fue con Araña.

La parte bella se acaba

El amor con rima se expresa

Pero cuando la decepción hace presencia

Se reemplaza con la sobria prosa.

Porque Caracol siente tristeza y la alegría se marchita como una flor en invierno. ¿Acaso son celos? No comprendía la indiferencia de Mariposa, no aclaraba sus sentimientos, ¿era amor o solo un capricho?

Caracol se refugió en su rutina, mientras Mariposa platicaba con Araña. Pasaron las tardes soleadas y noches frías. Había mañanas húmedas de rocío y también hubo días con viento. Mariposa regresó uno de esos días, con las alas caídas y la mirada triste. –Vengo a despedirme. –Dijo Mariposa. –Fue un placer compartir el tiempo contigo pero ahora se que no todos son buenos, ahora busco a Soledad, dicen que ella sabe curar la clase de mal que yo tengo. Los amigos en silencio se despiden, no hay palabras para expresar el dolor.

Mariposa voló y Caracol lentamente se arrastró a su casa en la tierra…

El Tiempo es inclemente, no se detiene y no consiente caprichos, se mueve y no lo percibimos como él quiere, basta un parpadeo para olvidar cuanto ha pasado. Porque el sol vuelve a salir y la luna no deja de brillar entre las estrellas,

de la belleza fría de la noche,

regresa la poesía

sin ningún reproche.

Porque el tiempo las cosas cambia

Y aunque no se le da tanta importancia,

Crecemos. Eso es constancia.

El Caracol salió de su concha

Asomó la cabeza entre las plantas

Y miró al cielo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Gabriel Mancera. Desenlace.

Fernanda comprendió al instante. En el poco tiempo que lo conoció, se dio cuenta que era francamente iracundo, incapaz de contener su coraje y frustración. Quizá Joaquín tenía razón al no contarles que pasó; ahora ya no quería escuchar, pero era inevitable, Susana no se conformaría solo con saber que Gabriel estaba molesto, ella vivía con la idea del “Todo o nada”. Así fue siempre, incluso con Gabriel, nunca estuvo a gusto siendo solo su amiga, quería estar más cerca de él, ser una pareja.

Lo que escuchó fue francamente terrible: Suicidio. Solo eso bastó para cimbrar su corazón, le faltó el aire y sintió que se desmayaba. Joaquín la sostuvo, Fernanda lo abrazó comenzó a llorar amargamente.

Gabriel Mancera escuchaba los murmullos de sus “amigos”. No entendía claramente lo que decían, pero estaba seguro que hablaban de él. Esbozó una sonrisa, imaginó que Joaquín les contaba de “su gran desgracia”. Para como él lo veía, no fue tan malo, solo fueron daños colaterales como diría cierto personaje.

Gabriel supo que hacer desde que Lucia ignoró sus llamadas y mensajes: Venganza. Había que planearlo con cuidado, sabía que ella era un persona sensible a pesar de su duro carácter. Ella tenía miedo de sentir, no quería cargar con el peso de los sentimientos, porque los expresaba de manera muy intensa; Miedo, Amor, Tristeza, Enojo, Alegría eran cosas de las que no quería saber. Llevaba una vida aislada pero debajo de esa armadura, se encontraba una persona débil.

Para consumar su plan, primero tenía que hablar con Susana. Pensaba hacerle creer que estaba enamorado de ella, que quería que fuera su novia. Después, arreglaría una cita con Lucia en alguna fiesta en común y le haría ver que ella no era la única, que hay muchas chicas y que no le importaba su indiferencia.

La cita se concertó el 11 de enero, Susana estaba cegada por la ilusión, la misma que él sintió alguna vez. Gabriel estaba terminando de peinarse, se miró al espejo, contempló sus ojos, café claro, con grandes ojeras. Vio una sonrisa sombría y una palidez tremenda. De pronto lo vio claro… ¿de que serviría todo? ¿Valdría la pena usar a una buena persona (su amiga) para humillar a la chica que lo rechazó? ¿Realmente Lucia se sentiría humillada?

Nadie aseguraba el éxito, nada probaba que todo funcionaría. Quizá Lucia se burlaría de su estupidez. ¿Qué tan importante era él para Lucia, si no se presentó a la Iglesia? Estaba mal, todo estaba muy mal.

Gabriel cayó víctima de la desesperación, se sintió frustrado, sin intentarlo, ya sabía que todo sería un fracaso. Eso era todo, un momento de claridad, un momento en el que veía la verdadera solución.

Gabriel corrió a su habitación, tenia guardada una botella de vodka. Regresó al baño, abrió el gabinete del espejo y encontró diferentes medicamentos: Flouxetina, Risperdal, Haloperidol. ¿Qué demonios hacían esos fármacos en el baño? Sin respuesta a su pregunta, llenó un vaso de vodka, pulverizó varias pastillas de Risperdal y agregó el Haloperidol… --Salud. –Dijo a sí mismo.

Gabriel Mancera Hernández llego a su casa después de un largo día de trabajo. Estaba cansado, miro al cielo antes de entrar a casa; la luna brilla llena, enorme. Su luz alumbraba el oscuro pórtico, pensó en su esposa, dentro de 2 meses cumpliría 7 años de muerta. Recordó el tiempo en que contemplaban la luna, que tanto le gustaba a María, su difunta esposa.

Abrió la puerta y llamó a su hijo Gabriel. Había discutido tanto con María para convencerla de llamar así al niño… no respondió… era algo raro, Gabo siempre bajaba corriendo a saludarlo. Tuvo un mal presentimiento, gritó otra vez el nombre de su hijo y no obtuvo respuesta.

No recordaba cómo, pero ahora estaba manejando muy rápido, su hijo estaba inconsciente en el asiento del copiloto, tenía que llegar lo más pronto posible al hospital. No sabía cuanto tiempo de vida le quedaba a su hijo. Dio vuelta, una luz muy intensa le deslumbro… ruido de metales doblándose… un fuerte impacto.

Gabo no recordaba nada de eso, solo despertó y vio a Joaquín llorando a su lado. Ya no sentía dolor. --¿Qué hiciste? –Preguntó Joaquín. –No sé. –Respondió Gabriel, miró a su alrededor y encontró a su tío Pepe. –Tu padre, mi hermano, ha muerto y tu tienes la culpa. –Vociferó el tío José. Ahora ya no importa.

Gabriel llama a Joaquín, pide que lo lleve al coche. La silla de ruedas en la que se encuentra, rechina. Gabriel, incapaz de mover su cuerpo, se despide en silencio de la tumba de su padre. Susana le dirige unas secas palabras de ánimo, no sabe que más decir, esta confundida. Fernanda lo mira con temor, esquiva su mirada y se dirige al coche, dejando atrás a Joaquín. Joaquín empuja la silla y Gabriel ríe.

A lo lejos una figura delgada y en extremo pálida contempla a los chicos partir. Se acerca la tumba de Gabriel Mancera Hernández y deja un par de rosas. –Papá, ¿por qué nos abandonaste a mi mamá y a mi? Tu nos viste juntos muchas veces y me abriste las puertas de tu casa cuando visitaba a Gabriel ¿Por qué nunca me dijiste que Gabriel y yo somos hermanos?

Lucia llora en silencio y el viento se lleva una oración.

domingo, 23 de mayo de 2010

Gabriel Mancera. Segunda Parte.

Susana escuchaba. Por su mente cruzaron las imágenes de la historia contada por Joaquín. Lo veía todo claramente. En la temporada de Adviento del 07, Gabriel Mancera estaba muy ilusionado; por primera vez en su vida sentía la cercanía de una chica. Durante las noches rezaba al niño Jesús, tan agradecido estaba por el milagro que dentro de su ateísmo, por fin aceptaba la existencia de un Dios bueno. Había sido tan necio y ahora no encontraba como expresar un inmensa gratitud.

Gabriel volvió a la parroquia de su colonia a leer, su tía estaba encantada y afirmaba que ahora que regresó, la iglesia tenía más feligreses. Para la misa del 3er Domingo de Adviento, Gabriel le pidió a Lucia que fuera a escucharlo leer, el tenía un plan que consideraba perfecto: Lucia estaría sentada en las bancas de la mitad de la iglesia, justo al finalizar el sermón, considerando que a ella no le gustan ese tipo de celebraciones, saldría con ella. La llevaría a tomar un “Frapuccino” (su bebida favorita) y durante una animada platica sobre el significado metafórico de la Nausea de Jean Paul Sartre, le pediría que fuera su novia.

No había fallos y la negativa no era una opción. Sabía que aceptaría sin pensarlo, tenían tanto en común que estaba seguro que ella deseaba compartirle su tiempo tanto como él lo deseba.

Cuando llegó ese día, Gabriel esperó ansiosamente la llegada de Lucia para llevarla al asiento que tenía reservado. Poco a poco la gente llenaba la iglesia, era hora de iniciar la misa y Lucia no aparecía. El padre Juan comenzaba la oración de apertura, los cantos que llenaban de alegría y solemnidad el suntuoso edificio callaron y el alma de Gabriel, que otrora celebraba con esa música, como si los ángeles descendieran y le hablaran al oído ahora gemía de ira y dolor. Nunca antes había maldecido tanto al coro de una iglesia, pues para él, ahora sonaba tan desgarrador como uñas arañando un pizarrón.

Bajo el influjo infernal de semejante cacofonía, el joven se acercó al altar, en su camino recobró un poco de su cordura y la contemplación del Cristo Redentor le mostró la pequeña chispa de esperanza que guardaba en su corazón.

Ya era su turno de pasar al púlpito, sentía mucho calor, su visión era borrosa y su paso lento. El estomago le daba vueltas mientras la terrible sequedad de la garganta pronosticaba una dificultad para hablar. Todo fue confusión y antes de darse cuenta, estaba fuera de la iglesia, siendo reprendido por su Tía Ana debido a su pésima lectura. La misa había terminado.

Salió con la mirada perdida, en sus oídos sonaba la reprimenda de su tía. No le importó en lo absoluto. Caminó hasta su casa, pensaba en Lucia, en su actitud, debía tener una explicación lógica, siempre la hay. Al entrar a la sala de la casa, tomo el teléfono y le marcó a su celular. Sonó varias veces, pero nunca contestó. Le mando un mensaje y no obtuvo respuesta.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Gabriel Mancera.

A manera de prólogo. Durante el curso de Psicología y Literatura se nos pidió crear un personaje y contar una historia sobre el mismo. El proceso de gestación fue difícil, tuve un vislumbro de lo que es escribir por encargo u obligación y por momentos me sentí realmente presionado. A pesar de todo, el aprendizaje más significativo es que puedo hacer un trabajo literario en tiempo y forma. El cuento que escribí se titula Gabriel Mancera. Está dividido en 3 partes que publicaré semanalmente, a continuación, la primera de ellas. Fernanda miraba la fría placa de metal que adornaba la tumba, no leía lo que tenía escrito, no era necesario pues de tanto leerlo, ya lo había memorizado. Joaquín no levantaba el rostro, sus ojos negros y alegres se ensombrecían, trataba de no llorar aunque siempre se le escapaba un lagrima, sus parpados eran incapaces de contener todo el dolor que sentía. Pidió que lo dejaran solo unos momentos. Fernanda y Joaquín dieron media vuelta sin reprochar, se tomaron de las manos y le pidieron a Susana que los acompañara. Ella negó con la cabeza, silenciosamente, pero fue tomada por Joaquín y con todo el pesar de su alma, abandonaba la gris lápida. Caminaron varios pasos, alejándose. Nadie se atrevía a mirar atrás. --Hay que hacer algo por él. --Susana se atrevió a romper el silencio. –No hay nada que hacer. –Replicó Joaquín mientras Fernanda trataba de no hacer ruido al sollozar. Joaquín la abrazó y enjugó sus lagrimas. Susana estaba desesperada, no había comido en todo el día y ahora empezaba a sentir hambre; sentía un vacío que probablemente no se llenaría con comida. Miró a Joaquín y a Fernanda, abrazados. Se tenían uno al otro y ella… se sentía sola. Si las cosas hubieran sido diferentes, si ella hubiera tenido el valor de confesar lo que sentía por él. Ya es tarde para jueguitos de bachillerato, no es tiempo de enamoramientos de universitarios y aunque se lo permitiera, la muerte les había jugado una broma cruel. Desde varios días atrás había perdido la noción del tiempo, todo parecía moverse en cámara lenta y sin embargo, el tiempo duraba menos. Tenía tan presente el rostro alegre de Gabriel, esa expresión de infinita alegría y felicidad, que dudaba de lo que ahora veía. Solo Joaquín, el mejor amigo de Gabriel, conocía la historia completa, era hora de que hablara, aunque el recuerdo le doliera. --Joaquín, quiero que me digas qué pasó. –-La voz de Susana sonaba firme, Joaquín sabía que tarde o temprano, tendría que contar todo lo ocurrido, no quería aceptarlo, pero se daba cuenta que este era el momento. Joaquín comenzó la historia. Lucia llego en un mal momento a la vida de Gabriel. Él acababa de perder a su abuelo paterno y en una de esas acostumbradas salidas al parque, Gabriel se mecía en un columpio y ella estaba a su lado. Lo que comenzó como una platica sin importancia, trascendió en todo un debate sobre la vida y la muerte. Gabriel estaba francamente impresionado pues nunca en su vida había conocido a una chica que argumentara tan bien sus puntos de vista. Claro que no la conocía no porque las mujeres fueran tontas, sino porque Gabriel pocas veces salía de casa. Gabriel pasaba sus tardes leyendo y haciendo tarea, pocas cosas le interesaban, entre ellas; tocar el piano, leer y la fotografía. Era un chico bastante apático y a veces considerado asocial pero yo sabía que no era del todo solitario, solo era una persona un tanto selectiva con sus amigos. Afortunadamente yo fui uno de ellos y como recordarán, cuando las presenté, él nunca les hizo alguna grosería. Al contrario, sabía que Fernanda me gustaba y me apoyo en todo momento. Tu Susana, como amiga de Fernanda, nunca tuvo nada en contra tuya, al contrario, le caías muy bien, aunque era poco expresivo en su afecto. Pues bien, el hecho de que se integraran a nuestro grupo de amigos le ayudo bastante para socializar con los demás. Poco a poco fue más participativo en clase, conversaba con los compañeros del salón y hasta se reía de los chistes malos del Profe Constantino. Era un buen chico, prefería mantenerse alejado de los problemas, pero cuando Lucia entró a su vida, muchas cosas fueron cambiando, entre ellas su buen humor. No quiero alargarme mucho hablando del tiempo que Lucia y Gabriel pasaban juntos. Cada una de ustedes vivió parte de su historia, desde las tareas que no entregó, hasta las borracheras que experimentó, cosa que jamás imagine que sería capaz de hacer, pues no le gustaba tomar. Joaquín guardó silencio, no quería continuar. La mirada atenta de Susana le hacía sentir incomodidad. Fernanda abrazó a Joaquín, tiernamente le dijo que continuara. Joaquín cerró sus ojos, dio un gran suspiro y comenzó a relatar cómo fue que la tragedia alcanzó a su amigo.