domingo, 25 de julio de 2010

Un enamorado.

Era la época en que la fantasía se mezclaba con la realidad, antes de ser adulto pero sin ser niño. Cuando Esperanza vivía en mi corazón y era feliz estando con ella. ¡Dichosos los días que pasábamos juntos! Pues aún en invierno, las tardes parecían verano.

Una noche me encontraba en soledad. Las estrellas brillaban cómo nunca. Sentado, contemplando el espacio, buscando constelaciones, descubrí que el satélite de nuestro planeta desaparecía lentamente. Sentí una gran tristeza al verla partir, se desvanecía lentamente, aunque ninguna nube cubría su brillo.

En ese momento lloré por su perdida, caí víctima del amor a primera vista. Me sentí aturdido; un espejo de fría plata desaparecía en el cielo y grité, rogándole a Dios que no apartara su presencia de mi vista, más él no escuchó y la oscuridad envolvió el espejo y se perdió entre la noche y el brillo de las estrellas.

La amargura crecía en mi espíritu, lagrimas corrían por mis mejillas mientras reprochaba a una cruel Divinidad, pues por primera vez me reconocía enamorado y Dios se encargaba de alejarla de mi ser. Maldije la vida, maldije a Dios y maldije mi débil espíritu. Era un niño caprichoso y no tenía lo que más deseaba en la vida: Amor.

Desesperado, invoqué su nombre sin respuesta. Me hundía, lentamente, en una profunda melancolía y de pronto, un frío rayo de grisácea luz llegó a mi retina. Creía que era una ilusión, que Esperanza me jugaba una mala pasada, pero en verdad, Luna salía de nuevo.

Reí y lloré. Grite mil veces su nombre y ella respondía brillando, fue entonces cuando le pedí que fuera mi amante, le juré amor eterno y me hinqué ante su presencia. Ella aceptó, alagada, mi humilde propuesta y mi felicidad no tuvo fin. Nos besamos ocultos tras las nubes, mientras las estrellas eran testigo de mi amor interminable. Ella bajó del cielo, para compartir su tiempo, su brillo y su amor, conmigo, un enamorado más, uno entre miles.

Y así nos fuimos juntos, viajando a través del viento, tomados de la mano, amándonos hasta el final de nuestro tiempo.