viernes, 31 de diciembre de 2010

Huyendo del frío.


Pues con la noticia que me fui a Tuxpan, Veracruz. Quería conocer el mar porque sólo lo había visto en fotos o televisión.

Muy chido el viaje, fue genial compartir tantos días con mis amigos, conocer otros lugares, aprender de las personas... simplemente maravilloso.

Les dejo una foto que tomé, la llamo "La grandeza del hombre".
Nos veremos en el futuro.
Feliz 2011.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Relato de un viaje.

Ya hace mucho tiempo, en mis primeros viajes por la tierra del sueño, mi nave sufrió un terrible mal y terminé varado en una lejana tierra, desconocida para mi. La tripulación, así como la valiosa carga, desaparecieron por completo. Fui el único sobreviviente.

Caminé sin rumbo por varios días, alimentándome de raíces y bebiendo agua de los charcos que encontraba, temiendo por mi salud. Casi había llegado al límite de mi resistencia cuando encontré una caravana de mujeres con niños en los brazos y hombres cargando grandes recipientes que contenían pescado.

Una de las mujeres, de las poquísimas que no llevaban críos, se acercó y me ayudo a caminar. Me ofreció algo del pescado que cargaban pero lo rechacé inmediatamente, nunca me ha sentado bien la comida del mar.

Me encontraba muy débil para hablar, mis pies se movían por fuerzas que me eran desconocidas. Con la vista nublada, caminaba al lado de la mujer, sentía decenas de miradas sobre mi, pero no me importaba, sólo necesitaba un poco de ayuda, les pagaría de algún modo y no me entrometería en sus asuntos.

Llegamos a una pequeña villa. Poco a poco la caravana se dispersaba, las personas tomaban rumbos diferentes, quizá con dirección a sus casas. Sentí estar a punto de caer desmayado, mi paupérrima alimentación había hecho mella en mi organismo, pensé en el fin de mis días, lejos de mi hogar.

Miré alrededor, sólo encontré a la mujer que acudió en mi ayuda y con el último esfuerzo, logre esbozar una sonrisa de agradecimiento por la compasión mostrada. Antes de caer al suelo, unos vigorosos brazos me recibieron. Perdí el conocimiento.

Desperté sin noción del tiempo transcurrido, cubierto de suaves sábanas blancas. La habitación relucía en una tenue luz anaranjada, era un lugar pequeño y encontré mis escasos objetos personales al pie de la cama. Fuera, alcancé a oír algunos murmullos, pronto apareció un anciano, de larga barba plateada. Pronunció palabras en una lengua ajena a mi conocimiento y se retiró con semblante molesto.

El cansancio hizo que volviera a dormir. Más tarde, unas delicadas manos tocaron mi frente con intención de despertarme. Mi sorpresa fue enorme, pues reconocí a la amable mujer que antes me había ayudado. A su lado estaba el anciano de barba plateada. Pronto comenzó a hablar y la mujer interpretaba sus palabras a mi lengua materna. No supe cómo habían descubierto ese dato tan importante y tuve miedo de preguntar.

El anciano decía que muy caro fue el tratamiento para mis dolencias y que no me encontraba en posición de negociar. La única manera para pagar los favores recibidos, era trabajar bajo sus órdenes. Él era comerciante y sería de gran ayuda para las labores domésticas así como para transportar las grandes cargas de mercancía que llegaban semanalmente.

La ubicación de la villa, así como el nombre del país, quedarían bajo estricto secreto para evitar que huyera. Confiaba que nadie del pueblo soltaría la lengua pues sólo una persona en todo el pueblo conocía otro idioma diferente al local.

Aquí la mujer se detuvo un momento. Parecía que interrogaba al anciano y al final de su breve dialogo, ella palideció. La visita concluyo, pero antes de retirarse, el anciano, a través de su interprete, dijo que estaba en gran deuda con él y con su casa y que esperaba que cumpliera como hombre de honor.

Pasaron los días y mi recuperación fue total. Me encontraba lleno de fuerza y me sentía atado a una gran responsabilidad. Comencé con mis labores, la encargada de hacerme llegar las órdenes del señor era su hija, la mujer que me ayudo. Ella se llamaba Ehhr-Iká.

Pasé largo tiempo sin proferir palabra, cumpliendo cabalmente con todas mis obligaciones. Los días eran largos y las noches cortas, me sentía solo. Las personas nunca volteaban su mirada hacia mi, era como una sombra. Un ser insignificante.

Por mi mente pasó la idea de escapar del lugar, pero no conocía el país, seguramente terminaría muerto. Decidí que lo mejor sería resignarme y terminar con el pago cuanto antes.

Una tarde que el anciano salió de casa, se me permitió retirarme temprano. Aparentemente se acercaba una gran celebración y el anciano quería hacer los preparativos personalmente. Recostado en mi pequeña habitación, escuche una dulce voz que cantaba. Mi curiosidad fue mayor al temor de las represalias y salí en busca de la fuente de tan hermoso sonido.

Ehhr-Iká estaba en el patio, el atardecer más bello que había visto adornaba el misterioso país donde me encontraba. Numerosas luciérnagas revoloteaban por el jardín repleto de hermosas flores color turquesa, de increíbles pétalos que reflejaban la débil luz producto de los insectos y las incipientes estrellas.

Me sentí libre por primera vez en mucho tiempo. Me quité los zapatos y salí, quería sentir el pasto bajo mis pies, oler el aroma de la noche y escuchar la desconocida melodía. Tardé en darme cuenta que Ehhr-Iká era quien cantaba a una inmensa luna llena de color naranja. El cielo nocturno era claro y su voz resonaba por todo el lugar.

Tomé asiento en un lugar apartado, mis ojos recorrieron la figura de mi benefactora, nunca me había percatado de su belleza. Largo tiempo pasé contemplando su figura y escuchando su canto.

Ya se retiraba a descansar cuando se percato de mi presencia. Sus mejillas adquirieron un color rojizo, bajó la mirada y entró sin decir palabra. Esperé unos minutos más y también me retiré a descansar. Al llegar a mi habitación escuché el rumor de unos pasos, Ehhr-Iká entró a mi pequeño cuarto sin pronunciar palabra, simplemente me miró fijamente y comprendí sus sentimientos hacia mi.

Me acerqué ignorando el gran temor que sentía. Miedo al anciano terrible, su padre y al castigo que me esperaba. La contemplé por unos segundos antes de besarla. Mis labios se encontraron con los suyos, nos unimos en una abrazo que pareció interminable y miré sus ojos, negros como la noche, hermosos como la luna. Esa ocasión, nos entregamos al amor.

Al día siguiente, continué con mis labores, pero algo dentro de mi había cambiado, ya no existía el temor, ahora me esforzaba para terminar pronto y conseguir unos minutos libres, junto a ella.

Comencé a ver a la villa como un lugar hermoso, su nombre nunca indagué, mi intención era quedarme para siempre, al lado de mi amada Ehhr-Iká.

Lentamente aprendí el idioma local y cuando me sentí seguro y me había ganado la confianza de mi amo, pedí una audiencia de suma importancia con él. Con dificultad logré articular las palabras necesarias, en la lengua local pedí la mano de mi amada en la lengua natal de su padre. Mostré el mayor respeto posible, fui uno más de su tribu.

Tras un largo silencio, el padre de Ehhr-Iká dio su aprobación, él sabía de antemano que estábamos destinado, de alguna forma misteriosa, a permanecer juntos, a unir nuestros cuerpos para ser una carne y un espíritu.

La boda se realizó con la mayor modestia, eran tiempos difíciles y no podíamos darnos el lujo de derrochar, no ahora que sabíamos que un niño se gestaba en el vientre de mi amada, fruto de aquella noche de discreto amor.

Un niño que significaba una nueva luz para la casa de mi amo. Un niño, siempre deseado, que honraría la casa y marcaría el tiempo de prosperidad. La casa de mi suegro, continuaría su legado. Ese era su mayor deseo.

Pero el destino fue cruel y tras un par de años de vida de mi hijo, el padre de Ehhr-Iká murió. No sufrió, simplemente se despidió de nosotros y de su esposa, se retiró a sus aposentos y expiró en la tranquila calma de una noche de mayo.

Lloramos largos meses, el sustento del hogar desaparecía, era mi turno de hacerme cargo del negocio, de cuidar a mi amada esposa y velar por la salud de mi suegra. Acepte el deber con el mayor de los honores.

Mi hijo, llamado Ivhaa-En, creció fuerte en espíritu, con la mirada dura de su abuelo pero la nobleza de su madre. Lo amaba tanto o más que a su madre, era sangre de mi sangre, mi familia en un mundo totalmente desconocido. Sin embargo, la desgracia no tardaría en caer.

Apenas mi hijo había comenzado su periodo escolar cuando una terrible infección cayó sobre él, la epidemia azotó la villa, los niños sufrieron una terrible enfermedad. Los dioses castigaban a los hombres quitando la vida de su ser más amado: el hijo que tanto habían deseado. Castigaban matando a un inocente, un ser puro, incapaz de cometer el mal.

Los infiernos mostraron su lado más cruel y toda la villa sufrió la muerte, sin embargo, nadie mostraba la menor lástima, todos contemplaban, impasibles, los cadáveres de sus seres más queridos. Mi amada esposa, por el contrario, sentía un vacío en el corazón: su hijo había muerto. No existe palabra para definir la perdida.

Mi ser atravesaba por una dura etapa, no me sentía capaz de consolar a mi amada. Pasé varias noches en vela, imaginando un medio para remediar su tristeza. La iluminación llegó una tarde de rojo ocaso, sentado contemplando la ciudad en el mismo lugar que espiaba a Ehhr-Iká ensayando para el festival.

Bajé y le conté sobre mi idea: un lugar para recordar a las personas que ya no están con nosotros, un lugar sagrado, como existe más allá de la villa, en el mundo que alguna vez llamé hogar. Ella se mostró contenta, su sonrisa brilló de nuevo en su rostro y fui feliz.

Tardé en preparar todo. Hice traer a un niño consagrado a los dioses para que me ayudara con un rito de despedida, contraté fuertes trabajadores para excavar la tumba en un gran terreno que compré con el dinero que había heredado de mi suegro. Este sería el cementerio, el primer y único en toda la villa.

Reuní a varias personas allegadas a mi familia, vinieron amigos de todos lados, algunos habían sufrido la misma perdida, pero, a diferencia de mi esposa, ellos no sentían tristeza. Ignoraba que hacían con el cuerpo sin vida de sus hijos.

Todo estaba preparado, el “niño sacerdote” oraba en su lengua natal mientras quemaba fuertes inciensos. La atmosfera se tornaba densa, los humos, el canto extraño, invocaban los recuerdos de mi hijo. Él amaba los juegos, era muy vivaz y de gran inteligencia. Sin darme cuenta las lagrimas surcaron mis mejillas.

Abracé a mi esposa, también lloraba, pero sentía una gran calma en su ser. Miraba fijamente la pequeña caja donde habíamos depositado el cuerpo de nuestro hijo… me es difícil describir lo que vi.

El cúmulo de emociones, mezclado con la nube tóxica de desconocidos inciensos, estimularon mi mente al grado de sufrir una especie de alucinaciones. Vi a mi hijo, me llamaba por mi nombre y gritaba el nombre de su madre. Su abuelo estaba al lado, me miraba desconsolado, con gran rencor. Sentí que me culpaba de toda la desgracia.

¡No! No era así, simplemente quería ser parte de ellos. Había perdido todo en la vida: mi camino, mis padres, mis hermanos, mis amigos. Quería comenzar una vida nueva, junto a la mujer que amo. ¿Era mucho pedir?

Montones de pensamientos atravesaron mi mente, recordé mi infancia, la ocasión que huí de casa, los golpes de mi padre… no permitiría que se repitiera. Ya tenía algo bueno, algo porque luchar: Ehhr-Iká.

Me separé de su lado, ví su rostro cansado y el renovado brillo de sus ojos. Me llené de éxtasis, quise que todos compartieran mi alegría, ellos también podían alcanzar el consuelo por la muerte de sus hijos.

Me armé de valor, hablé frente a las personas reunidas alrededor de la tumba de mi hijo. Les conté de mi mundo, de cómo enterramos a los muertos para recordar las cosas buenas que nos dieron en vida, para recordar la fragilidad de nuestra existencia, para aprender a vivir, no sólo a existir.

Les dije que ahora, ellos podrían enterrar a sus niños muertos, este lugar sería consagrado para su eterno descanso. Me miraron fijamente, sin proferir palabra. Unos pocos se retiraron en silencio, la mayoría esperó. Rostros pálidos, algunos llenos de ira… ¿estaba mal mi propuesta? ¿Qué antiguas leyes impedían que se llevara a cabo?

Reflexionaba en silencio, buscaba las palabras para disculparme, mi conocimiento en su lengua natal no era muy amplio. Debía retirar mis palabras. Justo antes de comenzar mi disculpa, un hombre arrojó al “niño sacerdote” a la fosa donde estaba mi hijo. Esta no había sido cubierta con tierra.

Quedé aterrado por semejante sacrilegio. Era una clara ofensa al Dios mayor de la villa. Mi horror aumentaba cada segundo, mis ojos no podían aceptar lo que tenían enfrente: uno a uno, fueron arrojando a sus niños a la fosa.

Grité desesperado, gritaba que se detuvieran pero no comprendían mis palabras o no querían escuchar. Hubo agudos llantos, yo me quedé paralizado al mirar el fondo y contemplar una creciente mancha carmesí en el rostro de un niño. Eran demonios disfrazados de seres humanos y arrojaban a la muerte a lo más puro que se encontraba en la villa.

Un terrible aullido me sacó de mi estado de confusión, Ehhr-Iká gritaba como una maniática y golpeaba a una mujer para evitar el terrible destino de su hijo. Fuertes brazos de hombres la sujetaron y me volví loco, la rabia cegaba mis actos, apenas recuerdo que pasó. Todo parece un mal sueño.

Ehhr-Iká gritó más fuerte y pude comprender algunas de sus palabras: ¡No a los vivos! ¡Mi esposo se refería a los muertos! Tkhleeee… tkhleeeeee ¡Muertos!

El escándalo llegó a oídos de las autoridades, a mi esposa y a mi se nos culpaba de todas las muertes de ese día, incluida la muerte del “niño sacerdote”. Nos dijeron que eso pasaba cuando se le rendía tributo a la muerte, por eso los cadáveres eran tirados en la frontera, donde eran devorados por las criaturas.

Fuimos consignados a la prisión de Mknaermer. Ehhr-Iká no soportó el dolor y se quitó la vida. Ahora estoy sólo, lejos de casa, en una tierra extraña, cargando con la culpa y el remordimiento. Simplemente quería ser feliz.