jueves, 3 de marzo de 2011

¿Dónde están Los Escritores?


Un día salí a buscar un escritor, alguien que pudiera enseñarme el oficio. Primero pensé que de seguro los encontraría en las Universidades y en las escuelas. Un oficio tan noble debe ser practicado en las instituciones educativas.

Al llegar a la Universidad pregunté por Los Escritores y nadie supo decir dónde estaban --¿Pues no son ellos quienes dan clases de Lingüística, Literatura y Filosofía? –No –Dijeron –Para esas asignaturas tenemos a Lingüistas y Filósofos. No alcancé a comprender la respuesta pero no me di por vencido.

Encaminé mis pasos a las Bibliotecas y Librerías. En las primeras me pidieron guardar silencio y contentarme con leer los libros que ahí guardaban. En las segundas, había más ruido pero no me dejaban leer sin antes comprar un libro y los que ahí exhibían eran bastante caros. Pregunté a los encargados por los autores de los libros, dijeron que muchos ya estaban muertos y otros tantos nadie los conocía.

Salí desconcertado y sin idea de dónde más buscar. Mis pies me llevaron por Museos, Teatros, Cines, Restaurantes y Hoteles de 5 estrellas (tan distinguidas personas deben hospedarse en lugares así ¿cierto?). Todo fue inútil.

Sin obtener resultados de mi búsqueda, caí en desgracia. En mi desdicha caminé por calles sombrías, túneles malolientes y bares de mala muerte. En la soledad y el alcohol quise olvidar mi fracaso.

Me encontraba ahogado de borracho una vez más, preguntando al cantinero lo mismo que había preguntado a tantos otros: ¿Dónde están Los Escritores?. Él volteó sin prestar atención a los desvaríos de un pobre diablo como yo, pero un individuo sentado a mi lado tomo mi brazo para llamar mi atención.

Me di cuenta que se encontraba igual o más alcoholizado que yo. Llevaba varios días sin bañarse, de lo cual me percaté a pesar de mi estado, por cierto aroma fétido que exhalaba su persona. De amplia frente y melancólicos ojos, portaba un abrigo negro como su revuelto cabello. Este abrigo era, evidentemente una vieja adquisición puesto que lucia raído. Este hombre que describo, se acercó y susurró a mi oído: Yo soy un escritor.

La realidad nos golpea con tanta brutalidad que pocas veces la aceptamos. Preferimos huir, voltear la mirada… sencillamente ignorar lo que nuestros ojos ven. Somos incapaces de soportar eso que llamamos Realidad porque al final de cuentas ¿Qué es la Realidad? ¿Cómo sabemos que nuestros sentidos no nos engañan?

Después de la confesión de aquel vago solté una carcajada. Enardecido por el brandy, reí durante mucho tiempo hasta que vomité y me sacaron a golpes del establecimiento. Terminé dormido a la entrada de aquel nefasto lugar.

Desperté con una extraña sensación. No puedo explicar por qué, pero llamé a la puerta del antro y el dueño estuvo a punto de darme otra paliza. Logré calmar su furia y pregunté por mi interlocutor de la noche pasada y dijo que no lo conocía. Resulta que aquel tipo casi siempre llegaba cuando se le había acabado el dinero, completamente embriagado, a pedir un último vaso de vino. Terminaba su bebida y salía sin dirigir palabra a persona alguna.

En una ocasión le llamaron Edgar pero dudaba que ese fuera su nombre verdadero- El cantinero creía que era un fumador de opio y prefería no meterse con esa clase de personas.

Nunca más supe de aquel pobre hombre. Por eso ahora escribo estas líneas, con la esperanza de recibir ayuda, alguna pista que me lleve a su paradero. De mi experiencia aprendí que Los Escritores no están en el lugar que les corresponde. Ellos están en la calle; aquellos limosneros que cantan su vida acompañados de un viejo tambor, ancianos que cuentan la historia de la ciudad, borrachines que no paran de hablar sobre su infernal vida, porque para ser escritor, lo único que se necesita es tener algo que contar.

Reclutamiento y selección.


El color café domina el ambiente; sillas, alfombra y columnas. Las paredes están pintadas de gris. La luz de la sala de espera es muy brillante, tanto que lastima la vista. El joven, nervioso, voltea hacia ambos lados y descubre a otras personas: unos distraídos mirando un punto en la pared que tienen enfrente, otros charlando a murmullos, algunos cabeceando por el cansancio y unos más mirando de reojo, desconfiados.

El joven suspira profundamente y deja volar su imaginación. Apenas alcanza a vislumbrar la hipotética situación del futuro cuando una voz femenina, con un tono de falsa amabilidad, pide la atención de todos los presentes.

Todos centran su mirada en la fuente de tan desagradable voz: una señora con vestido gris y blusa blanca con cuello de holanes. Aparenta unos cuarenta años muy mal vividos pues tanto cabello como rostro se notan maltratados. Grandes arrugas cubren su frente y feos granos descomponen sus facciones. Sumando un tinte rubio con tono verdoso y mal rizado en el cabello, el aspecto general que da es el de una bruja. Así lo piensa el joven.

La Bruja orden entregar los documentos que requieren para ingresar y posteriormente formar dos filas: una de hombres y otra de mujeres. El recinto se llena de ruido de sillas moviéndose, de pasos, murmullos y hojas de papel. Cumplidas las órdenes, las filas caminan casi de forma marcial hacia una habitación con la misma decoración pero más pequeña y vuelven a tomar asiento. Al frente hay 2 puertas, una junto a la otra, izquierda y derecha. Izquierda para hombres, derecha para mujeres. El joven no puede evitar pensar en un gran baño público.

Otra vez sentado, mirando a su alrededor, en silencio mientras uno a uno son llamados a cruzar las puertas y se pregunta ¿qué hay detrás de ellas? Cada que sale una persona, salen con una sonrisa en el rostro pero lo más intrigante es el sobre blanco que llevan en la mano. ¿Será dinero?

El joven escucha un nombre que le es familiar, el suyo. Le llama un atractivo hombre vestido elegantemente. El joven responde al llamado y cruza la puerta a la vez que le invitan a tomar asiento. El hombre atractivo se presenta, de manera pomposa, como evaluador, pero no dice claramente su nombre.

El Evaluador mueve las manos de forma armoniosa y sus palabras suenan dulces y llenas de esperanza, sin embargo, el joven no entiende. Mira a los ojos del evaluador sin comprender lo que dice, este le extiende un sobre blanco, el joven lo toma y regresa a la sala anterior. Siente las miradas suspicaces se apresura a tomar asiento.

Un hombre gordo llama a todos aquellos que tienen sobre blanco y les hace pasar a una sala mucho más amplia y totalmente gris. Todos los presentes tienen una mueca parecida a una sonrisa, sus ojos miran al vacío.
El Gordo observa fijamente al joven y le pregunta por qué no sonríe. Sin detenerse a reflexionar, adopta un gesto similar al resto, que desaparece al momento de voltear el gordo a recibir a más y más personas, todas con sobre blanco en la mano.

El joven se da cuenta que la sala se encuentra llena y sin saber cómo, esta se ha convertido en una especie de escenario de teatro, completamente gris. Sobre el escenario, El Gordo pintado como payaso y vestido de traje. Todo mundo ríe, aplaude y grita mientras el joven sigue sin comprender qué es lo que pasa. El Gordo comienza a hablar del DINERO y del SECRETO. Grita extasiado algo sobre la realización de los sueños y al momento todo da vueltas mientras la atronadora voz del gordo continua su monólogo. Hay más risas, más aplausos, más gritos.

Un par de perros Caniche vestidos con traje y corbata aparecen en el escenario. Corren alrededor del gordo lamiendo sus zapatos y ladrando al público. El calor es sofocante y una estúpida y repetitiva melodía acompaña la voz y los ladridos del gordo y sus perros. Se crea una cacofonía insoportable que es vitoreada por los demás asistentes mientras el joven trata de cubrir sus oídos y sus ojos al paroxismo que tiene a su alrededor.

De pronto todo termina. El escenario desaparece y el gordo, ya sin maquillaje, agradece uno a uno a su público, dándoles un asfixiante abrazo. Pero el espectáculo no ha terminado, el segundo acto está por comenzar y todos son conducidos a otro espacio. El joven deja su lugar en la fila y voltea para darse cuenta que el resto alaba al gordo como si fuera un Dios y le ofrecen, “en sacrificio”, el sobre blanco que tienen en la mano. El gordo guarda en sus bolsillos las ofrendas y suelta una terrible carcajada.

El joven sale en silencio del edificio y contempla a miles más esperando su turno para ingresar. Mientras se aleja, recuerda que todavía lleva el sobre blanco, decide abrirlo y encuentra una hoja blanca con la frase “Deposite aquí la cantidad señalada”.