jueves, 5 de agosto de 2010

Preparativos para la boda.

Cierta tarde, en vísperas de una alegre boda, la madre instruía a su ilusionada hija. Tiernamente le recordaba cómo debe preparar el arroz –con más amor que cebolla. –Decía. –Y no olvides almidonar los puños y el cuello de sus camias.

Madre e hija reían, pues la linda niña de la casa, por fin se convertiría en mujer. ¡Afortunado el joven caballero que había logrado conquistar el dulce corazón de hermosa dama! La dicha inundaba cada rincón del humilde cuarto que llamaban hogar.

De pronto apareció el señor de la casa. Imperturbable, fue directo a sentarse a la mesa y con fuerte golpe, sin decir una sola palabra, mando que le sirvieran de comer.

Madre e hija rápidamente atendieron al proveedor del hogar. Una vez satisfecho, ordenó que madre e hija se sentaran con él, pues tenía asuntos importantes que discutir con ellas.

Una expresión de sorpresa invadió los rostros de las mujeres, nunca antes había ocurrido algo similar. Esto solo podía significar malas noticias. Lentamente y con mucho miedo, se acercaron a la mesa, tomaron una silla cada quien y se sentaron esperando pacientemente que hablara el hombre de la casa.

Aquel rostro estoico no se atrevía a comenzar y las mujeres debían callar. Así paso largo rato, en gran tensión, mientras la joven llenaba su mente con horribles pesadillas; creía que su padre iba a cancelar la boda, que su amor jamás se consumaría y que tendría que olvidar a su amado. Ya se veía, vieja y amargada… sola, cuidando al anciano de su padre una vez muerta su madre, aguantando sus caprichos. La esperanza de una vida mejor, junto al amor de su vida, se apagaba como una fogata en la oscuridad de la noche.

El padre titubeó, sus labios se movían sin proferir sonido alguno y lentamente perdió el control de sí mismo. ¿Qué era aquello que contemplaba la hija? Nunca lo había visto, por lo menos no en el rostro de su padre. Su madre había palidecido, no podía creer lo que veía… el Señor estaba llorando.

Con voz quebrada, el padre comenzó a hablar, poco a poco, tratando de explicar el terrible destino de su pequeña hija. Al finalizar madre e hija eran quienes derramaban lagrimas de amargura. La luz de su corazón fue consumida, no había manera de evitarlo, eran las tradiciones y si de algo se enorgullecían era de ser una familia tradicional, pobres pero personas de bien.

Así que ese era el último preparativo, una horrible muestra de sumisión y ahora no sólo dependía del padre para que la boda se llevara a cabo, todo estaba en manos del patrón.

***

Ella lentamente cierra la puerta, mientras el Patrón le habla con fingida dulzura, la llama a su lado, en un lecho profano, un lugar que debería estar reservado para su futuro esposo. Frente a un hombre gordo y que apesta a alcohol, la inocente niña se convierte en mujer.

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