La brillante luz del televisor le irrita los ojos.
Consulta el reloj y se da cuenta que ya es muy tarde. Decide mirar el cinema del siguiente capítulo en la
historia del juego: “A war to end all wars”.
Apaga la consola de videoujegos y se va a dormir con la
frase en la mente… “a war to end all wars”…
Los gritos de su madre lo despertaron, le apuran a sus deberes, está retrasado para
la escuela.
Le toca clase de Historia Universal y le pregunta a la
profesora sobre la frase. Ella no sabe que decir, nunca había escuchado al
respecto. Decepcionado regresa a su lugar a recibir la lección del día.
En su casa le espera su madre, para ella es día de
descanso en el taller. Se encuentra dormida en el sillón pero se levanta para
servirle algo de comer. Él la rechaza, pues quiere terminar pronto su tarea
para continuar el juego.
Los gritos otra vez, llamándolo a comer. Amenazan con “bajar
el suich” para apagarle su aparato
ese. La sopa está servida, su mamá le pide que haga algo de provecho
mientras prende la tele de la sala y sintoniza el programa de la Virgen.
En cada comercial su mamá comenta sobre los vecinos, sus
andanzas, las novias –pregunta por qué no tiene una y él solo alza los
hombros—y luego otra vez al televisor, a esperar el milagro final, el viento
redentor.
De vuelta a la oscuridad de su cuarto. Retoma el control de
un personaje ficticio, inmerso en un mundo amenazado por criaturas
extraterrestres y una especie de culto satánico aliado de ellos.
…”a war to end all wars”…
Se queda dormido con el control en las manos y sueña con su
padre. Ha regresado a casa, para recuperar a su familia. Se ve con sus
madre, sonriente y abrazados. Juntos todos.
Siente un ligero movimiento en el hombro; ya no tiene el
control de la consola. Las luces apagadas, lo mismo el televisor. Va a su cama
y unas manos tibias, que recuerda vagamente, le abrigan. Escucha un “te
quiero” pero seguramente fue su imaginación.
Una nota le recuerda que debe lavar los trastes del
desayuno antes de salir a la escuela. Deja todo tal como lo encuentra. El pesero
está lleno y se tiene que abrir paso a empujones. Dos mentadas de madre
después consigue lugar para sentarse.
No tiene una clase. Pasa el rato platicando con su banda,
esos amigos que le presionan para que “le llegue” a Sandra. –Ya wey,
llégale, total, un rechazo más en la vida--. Para ellos es fácil decirlo.
Solo en casa. Come el desayuno a las tres de la tarde. Su
mamá llegará varias horas después. No hay tarea pendiente. En la pantalla
lucha contra un monstruo enorme. De alguna forma tiene que vencerlo a
balazos.
Gritos afuera, de hombre y de mujer. Las reconoce. Se concentra en la
pelea que tiene enfrente de sus ojos. Boss battle… boss battle… Acá las cosas no se resuelven a balazos. No la
gente decente.
Papá ya no está, mama tampoco. “A war to end all wars”. Termina el capítulo, hay que comenzar
otro, la guerra sigue, el destino de la humanidad depende del esfuerzo de
unos pocos elegidos.
Ya pasa de media noche, tiene hambre y los ojos le arden. Los
créditos finales del juego desfilan en la pantalla. Apaga la consola y se va a
la cama. Piensa en Sandra y se masturba para conciliar el sueño.
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