martes, 7 de enero de 2014

Las crónicas Bananas: El Cabrón, las putas y el pedo

Cuenta la leyenda que cierta noche de la ciudad sideral, un cabrón se perdió entre las calles de los barrios viejos. Botella de caguama en mano, se tambaleaba sin rumbo tratando de buscar la compañía que 200 pesos podía pagar. 


Generalmente de día había para escoger, pero no de noche, cuando solo los perros se pasean confiados entre la basura que atiborra el pavimento, en busca de los desperdicios que alimentan a sus crías y mitigan el hambre de sus casi desechas tripas. A esas horas las calles estaba desiertas; la vida se ocultaba en los gemidos surgidos de hoteles de paso. Falsos orgasmos que escandalizan las buenas conciencias ya refugiadas en solitarios cuartos de vecindad; entre viejos roperos y confesionarios manchados de semen y sangre adolescente.

--Gordas.-- Pensó él, aunque su aspecto era mucho peor. Apenas unas cuadras atrás tuvo que ocultarse entre un poste y un puesto de revistas para poder orinar y vomitar. Él apestaba a licores agrios, jugos gástricos y cigarros. Sudaba aunque la noche era fría; sudaba porque estaba caliente y cansado de caminar. Dos veces cayó, dos veces tuvo que correr de miedo, para que no lo fueran a asaltar o trepar los puercos. A hurtadillas se movía, como un viejo gato que ha perdido la gracia y ya no puede cazar al ratón.

Se decidió caminar una cuadra más y si no había éxito en la búsqueda, tomaría un taxi rumbo a casa. Unos pasos mas adelante un extraño lo topó de frente. Sorpresivamente no blandía un filero ni un cuete, pero las manos estaba ocupadas por una lata que fungía como pipa. --Date las tres, carnal.-- ofreció con animosidad y confianza. El pedo se le bajó de madrazo y neta que casi se caga del susto, aún así aceptó sin decir palabras y le dio los tres jalones de leña.

La mezcla le hizo toser. Un abrazo le quitó el poco aliento y el tufo del individuo aquel, aún más agrio que el propio, le devolvieron las nauseas. Vomitó una vez más, ahora sobre el brazo y las ropas del desconocido. Como era de esperarse, un tremendo puñetazo le impacto de lleno sobre la cara y por poco le parte la nariz. La sangre fluyó con abundancia. Cegado pataleó y tiró golpeas al vació. Nadie respondió, nadie había ya, solo las ratas que se escabullían y las cucarachas temerosas de la luz ocasional de los autos.

Estaba solo en un lugar peligroso y aunque nada más traía los 200 del acostón no se quería arriesgar a otra madrina, sin embargo, sus ojos se posaron en una mujer vestida con jeans ajustados y blusa azul. Delgada, la silueta que tanto había buscado. Cabello largo y negro. Estaba cruzada de brazos y le daba pequeños sorbos a un cigarro casi apagado. Se dirigió hacia ella con fingida seguridad. Temblaba de miedo al ver los grandes pechos que la apretada blusa mostraba. Todavía ni la tocaba y ya sentía una débil erección.

El bisne se hizo en corto. El hotel Navío estaba a tres cuadras. Algo le decía aquella mujer... ¿Vanesa? ¿Verónica? ¿Viviana? El nombre no importaba, solo el acto, lo que podía ofrecer o más bien, lo que podía pagar: apenas una probadita de cielo, unos 3 minutos a lo mucho, dado su nivel de intoxicación. Pero algo ya fallaba. No todo estaba bien, nada podría estar bien... todo debería estar bien, pronto todo estaría bien. Ya desahogado, libre... extasiado.

--Espérate.-- Tragaba abundante saliva, signo inequívoco de que volvería el estomago por tercera ocasión. Miró al cielo implorando. La señorita estaba ya desesperada. Respiró profundamente, ella le obsequió su cigarro y siguieron andando, despacito. Ya la mano deslizaba por la espalda en busca de un músculo blandito. --Espérate hasta que lleguemos-- Ya mero... ya mero. Lo sentía entre las piernas... o mejor dicho, no lo sentía. No sentía, no hablaba... ya no respondía...

El sol le pegó con fuerza en la cara. La nariz le dolía, sentía un cuagulo tapando sus fosas nasales. Estaba abrazado de ella, de la fría botella de caguama, vacía como sus bolsillos. Siguió acostado un rato más hasta que se dio cuenta que estaba en un parque. Se acordó de sus cuates, de la banda. Pensó en el trabajo, otro día que falta. Se encaminó a su cuarto y a su mente regresó la imagen de la chica de jeans ajustados y blusa azul. --De lo malo lo mejor y una chaqueta, por lo menos, sí le dedicaba--.

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