domingo, 23 de mayo de 2010

Gabriel Mancera. Segunda Parte.

Susana escuchaba. Por su mente cruzaron las imágenes de la historia contada por Joaquín. Lo veía todo claramente. En la temporada de Adviento del 07, Gabriel Mancera estaba muy ilusionado; por primera vez en su vida sentía la cercanía de una chica. Durante las noches rezaba al niño Jesús, tan agradecido estaba por el milagro que dentro de su ateísmo, por fin aceptaba la existencia de un Dios bueno. Había sido tan necio y ahora no encontraba como expresar un inmensa gratitud.

Gabriel volvió a la parroquia de su colonia a leer, su tía estaba encantada y afirmaba que ahora que regresó, la iglesia tenía más feligreses. Para la misa del 3er Domingo de Adviento, Gabriel le pidió a Lucia que fuera a escucharlo leer, el tenía un plan que consideraba perfecto: Lucia estaría sentada en las bancas de la mitad de la iglesia, justo al finalizar el sermón, considerando que a ella no le gustan ese tipo de celebraciones, saldría con ella. La llevaría a tomar un “Frapuccino” (su bebida favorita) y durante una animada platica sobre el significado metafórico de la Nausea de Jean Paul Sartre, le pediría que fuera su novia.

No había fallos y la negativa no era una opción. Sabía que aceptaría sin pensarlo, tenían tanto en común que estaba seguro que ella deseaba compartirle su tiempo tanto como él lo deseba.

Cuando llegó ese día, Gabriel esperó ansiosamente la llegada de Lucia para llevarla al asiento que tenía reservado. Poco a poco la gente llenaba la iglesia, era hora de iniciar la misa y Lucia no aparecía. El padre Juan comenzaba la oración de apertura, los cantos que llenaban de alegría y solemnidad el suntuoso edificio callaron y el alma de Gabriel, que otrora celebraba con esa música, como si los ángeles descendieran y le hablaran al oído ahora gemía de ira y dolor. Nunca antes había maldecido tanto al coro de una iglesia, pues para él, ahora sonaba tan desgarrador como uñas arañando un pizarrón.

Bajo el influjo infernal de semejante cacofonía, el joven se acercó al altar, en su camino recobró un poco de su cordura y la contemplación del Cristo Redentor le mostró la pequeña chispa de esperanza que guardaba en su corazón.

Ya era su turno de pasar al púlpito, sentía mucho calor, su visión era borrosa y su paso lento. El estomago le daba vueltas mientras la terrible sequedad de la garganta pronosticaba una dificultad para hablar. Todo fue confusión y antes de darse cuenta, estaba fuera de la iglesia, siendo reprendido por su Tía Ana debido a su pésima lectura. La misa había terminado.

Salió con la mirada perdida, en sus oídos sonaba la reprimenda de su tía. No le importó en lo absoluto. Caminó hasta su casa, pensaba en Lucia, en su actitud, debía tener una explicación lógica, siempre la hay. Al entrar a la sala de la casa, tomo el teléfono y le marcó a su celular. Sonó varias veces, pero nunca contestó. Le mando un mensaje y no obtuvo respuesta.

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