Esperando el autobus.

Hace unos días me encontraba sentado en una banquilla, esperando que pasara el autobús a mi casa, cuando de pronto se sentó a mi lado una linda chica. Una mirada rápida me hizo percatar que estaba llorando.

Generalmente no tomo en cuenta esas situaciones, pero como estaba aburrido, decidí preguntar por la causa de su llanto (total, los psicólogos somos chismosos con licencia). Increíblemente, no me mandó al carajo, sino que me abrazó y lloró aún más.

Para ser sincero, me acordé de cierta serie de televisión extranjera donde los cuatro personajes principales son unos “inadaptados sociales”. Era una situación extraña, pues dos completos desconocidos se encontraban abrazados en plena vía pública, aunque, claro, eso no lo sabían las personas que caminaban.

Paso largo tiempo antes que la chica me soltara y pidiera una disculpa por su atrevimiento (claro, la atrevida era ella; yo simplemente era un chismoso). Le ofrecí unos pañuelos que llevaba en el bolsillo y se limpió las lagrimas. Guardo silencio unos segundos y volvió a abrazarme.

Al principio fue gracioso, después me di cuenta que me había metido en camisa de once varas pues debería tratar de ayudarla y no simplemente burlarme de sus penas. Estaba a punto de decir algo cuando ella me soltó, le hizo la parada a un taxi y se despidió de mi dándome un beso en la mejilla. Sólo dijo: Gracias.

Teniendo en mente que había hecho mi buena acción del día, decidí ahorrar 6 pesos de pasaje y caminar a casa. Sería buena idea inventarle una historia de por qué estaba llorando.