miércoles, 5 de diciembre de 2012

Arañas

Un día como cualquier otro, me encontraba haciendo limpieza en mi habitación. Trataba de ordenar todas esas cosas que se van acumulando y juntando polvo. Unas me eran muy importantes y me hacía sentir mal el tenerlas arrumbadas. Otras me eran indiferentes y unas pocas me causaban malestar. El objetivo era quitar lo molesto y dejar, en buen lugar y con mucha luz, todo aquello que me era importante.


Pensé que sería una tarea sencilla: a la basura esto y a limpieza lo otro. Orden y espacio. Sacudir polvo, limpiar superficies; resultó más difícil de lo que parecía. La razón era simple: entre tantas cosas, tenía que decidir que era basura y que no. Creo que tomaba mucho en cuenta las situaciones en que conseguí los objetos; algunos eran regalos y hasta una envoltura de paleta conservaba cierto significado.

En eso estaba, con las manos sucias, llenas de polvo, cuando de pronto salieron cuatro arañas grandes y feas. Eran de ese tipo que parece tener ojos sobre unas antenas, con patas largas y peludas y un cuerpo color café que se compone de una cola ovalda y un semi rectángulo del que salen las patas. Avanzaron rápidamente hacia el objeto que estaba limpiando: un viejo baúl de madera.

Las cuatro arañas se pusieron al centro, como formando una estrella. Me di cuenta que trataban de "proteger" el baúl pues comenzaron a tejer su tela sobre la tapa plana. Me impresionó bastante su comportamiento y decidí observar cautelosamente pues no quería ser mordido. Pensé que tal vez solo trataban de proteger su habitat.

Tras poco tiempo, me aburrí de observarlas, así que decidí quitarles la vida pues supuse que una especie tan fea no era bueno conservarla dentro de la casa. Aún así, algo me mantenía absorto, pienso que fue el miedo a una mordedura. Decidí retar al miedo quitando la tela con la mano. No fue buena idea pues al principio las cuatro arañas colgaron de la tela sostenida por mi mano.

La mantuve en el aire unos segundos, con las arañas nerviosas pegadas a su tela. La sacudí fuertemente, tratando de liberar mis dedos de su fuerza adhesiva. No lo conseguí, pero las cuatro arañas cayeron al suelo y corrieron en diferentes direcciones. Asustado, traté de aplastarlas con un zapato pero fueron demasiado rápidas y huyeron de mis asesinas intenciones.

Moví y aventé varios objetos a diferentes sitios, tratando de ubicar a las arañas. Encontré a tres, que quedaron muertas bajo un atroz zapatazo. Su sangre manchó cartas, fotografías y el piso, pero aún quedaba la cuarta. Que por más que busqué, no pude encontrarla. Comencé a sentir miedo por mi salud: no quería ser mordido por un ser tan asqueroso.

Con temor, dí por perdida a la araña y seguí en mi trabajo. Pasaron las horas y no avanzaba mucho, así que decidí continuar en otras actividades, como ver televisión o comer. Llegó la hora de dormir y dejé todo el reguero en mi habitación, solo tenía libre mi cama, para dormir después de un agotador día. Sentí que mi labor de limpieza me había desgastado de cierta manera.

A pesar de todo, había mucho polvo y me hizo toser por la noche. Fue precisamente durante uno de esos accesos de tos que sentí correr por mi pierna unas patas largas y peludas. Mi primera reacción fue intempestiva y pronto sentí una mordedura cerca a la rodilla. Inmediatamente golpeé con la palma de mi mano en la zona por donde sentía caminar a la araña.

No funcionó. Tal vez la tela del pijama amortiguó los golpes, porque luego volví a sentir la mordedura y a la araña correr bajando por mi pantorrilla. Sacudí el pantalón del pijama y en la oscuridad traté de buscar al mentado arácnido. Prendí la luz de la habitación y por más que busqué no pude localizarlo. Era un animal astuto, pero no sobreviviría al ataque químico insecticida.

Volví a la cama, no quería llenar el cuarto de químicos justo a media noche. Traté de dormir, aún asustado por la araña suelta. Justo cuando comenzaba a ganarme el sueño, sentí sus patas correr por mi cabeza. Esta vez brinqué del susto y grite levemente. Pude ver sus ocho pares de ojos brillando a la que se filtraba por las cortinas de mi ventana. Me miraba desafiante.

Rápidamente traté de envolverla en las cobijas. Tire al piso toda la ropa de cama y la pisé con gran fuerza, luego golpee, patee, amasé... hice de todo para tratar de aplastar a la araña que no me dejaba dormir. Me había atacado tres veces, quizá una por cada una de sus amigas, era demasiado, no sabía que clase de infecciones podría provocarme.

Prendí la luz y cuidadosamente fui extendiendo las mantas... ¡No había nada! Ni una mancha de sangre, ni un cuerpo de araña mutilado, absolutamente nada. No había araña, pero había destrozado muchas de las cosas que tenía regadas en el piso. Muchos recuerdos, incluso cartas y fotos de esa persona especial. Sobre los  restos de esas memorias, lloré, sin saber por qué.

Tras unos minutos logré tranquilizarme y ahí pasó algo extraordinario: abrí los ojos. El cuarto seguía a oscuras. Encendí la luz y comprobé que no tenía ninguna mordedura de araña. Ni un grano, ni comezón, ni dolor. Había sido un sueño, sin embargo, seguía, con los ojos hinchados por el llanto, sobre mis memorias rotas, objetos de mi apego que destruí en sueños.

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