lunes, 9 de abril de 2012

Confesiones

Hoy fui a verlo, como cada semana. Los jueves son mis días a su lado. Se de su rechazo, conozco sus reclamos pero aún así lo amo. Un día me armaré de valor y lo buscaré para por fin estar a su lado. Le repetiré lo mucho que significa para mi, pero por ahora me contentaré con escuchar su voz.

Mi amado es tan misterioso; siempre vestido de negro, siempre serio. Con una mirada fuerte que oculta toda la pasión que se ha negado. Se dice ser prudente y reservado, yo lo imagino en la cama, seguro y confiado. Es mi fantasía, mi sueño inalcanzable.

Estuve con él, aunque nos dividía una barrera. Hoy no tuve reparos en confesar lo que por él siento. Calló largo tiempo. Pude escuchar murmullos, no estaba seguro si rezaba, maldecía o alababa. Sentí ansiedad. Por mi mente cruzaron cientos de ideas, imágenes. Me vi a su lado, de la mano, viviendo juntos, paseando por hermosos jardines. También me vi siendo juzgado por mi familia, rechazado por mis amigos, castigado por mi atrevimiento.

Entonces me di cuenta de lo que había hecho; el daño provocado podía ser irreparable. Me preocupé no solo por mi, sino también por mi amado. Él tiene un oficio que le impide todo trato carnal y yo, aunque lo ame con todo mi ser, tampoco seré bien visto.

Me duele aceptarlo, pero creo que es lo mejor. Un sacerdote no sería bien visto junto a un... bueno... otro hombre. Pensé en olvidar mis fantasías, guardar mi amor para otra persona, sin embargo, ocurrió lo inesperado: me dijo que él también sentía lo mismo, pero no era el momento y tenía un deber que cumplir. Por primera vez sentí su alegría de tenerme cerca.

Me siento muy feliz, aunque tenga que alejarme de él un tiempo. Puede ser que en el futuro si estemos juntos.

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