miércoles, 4 de abril de 2012

Una caminata

Salí sin rumbo fijo, con la mente obsesionada con un trago de alcohol. Sin dinero en los bolsillos no quedaba más que mendigar. La mano generosa extendió unos pesos sin saber en que irían a parar. Mis pasos me llevaron a una desgastada cantina. Ahí deposité hasta el último centavo, los cambié por la bebida que me pudiera traer el olvido.

Aquél fuerte alcohol pronto comenzó a hacer estragos. Miraba fijamente el suelo y bebía copa tras copa, hasta donde el cantinero permitiera. En las mesas la gente reía, comentaban sus logros, discutían sobre la vida. Yo nada tenía que decir al respecto, para mi solo importaba la muerte.

Lloré, lo confieso. Me sentí ajeno a ese lugar, al mundo entero. El cantinero tuvo lástima y trato de consolarme sirviéndome un trago de mayor calidad. Lo rechacé. No buscaba alcohol, quería la compañía de las personas, sentirme parte de un grupo. Estaba solo.

Me levante y camine débilmente hacia la puerta mientras todos volteaba hacia mi. Sentí su desprecio, su burla. Se mostraron intolerantes con alguien que no podía compartir su alegría. Regresé a las calles, a mirar aparadores, comercios; cosas que nunca podré poseer. Objetos que dan la felicidad a quien los obtiene, ¿qué magia ocultan? Caminé mientras soñaba con una vida como los otros: llena de lujos, con una casa, una esposa, hijos, un coche. Me imaginé en casa, con mi mamá y mi papá, con mis hermanos. Sentados frente al televisor, disfrutando de los dramas que pasan; riendo sobre la exagerada fantasía que muestran.

Me vi feliz y por un momento mi imaginación se confundió con recuerdo de los días al lado de mis seres queridos. Ya no tiene sentido culparme por mis errores. Pensé que sería mejor acabar con mi agonía, busqué un lugar alto, lo más alto que pudiera existir en esta ciudad. Contemplé el cielo y pensé en la promesa que hizo Dios; dijo que iríamos a un mundo mejor quienes nos arrepintiéramos y creyéramos en él. Puse toda mi fe en las palabras y oré; pedí perdón.

Luego apareciste tú y te acercaste a este pobre perdedor. Dime, ¿acaso si eres un enviado del Señor? pues en tus ojos vi la salvación y ahora, justo ahora, vuelvo a tener esperanza.

--Si, lo soy. Bienvenido a casa, hijo mio.

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