domingo, 19 de agosto de 2012

Aviones de papel

El niño salió de casa y miró hacia arriba. Contempló el cielo azul y la blancura de las nubes. De noche se enamoró de La Luna y las estrellas. Deseó vivir allá arriba, lejos de esta tierra llena de horrores y tristeza.


Pasaba los días mirando hacia arriba; las noches velaba junto a su ventana, frente a La Luna. Cuando dormía, soñaba su nueva vida, entre marcianos, lunáticos y venusinos. Ahí no estaría solo.

Tenía padres, como cualquier niño y como todos los adultos que se precien de serlo, regañaban al niño por soñar y trataban de hacerlo pensar racionalmente. "No hay marcianos" decían con voz grave. "El único lunático serás tú si sigues diciendo tonterías" "Deja de soñar y ponte a estudiar. Si lo hicieras, sabrías que no tan fácil llegas a La Luna"

Así comenzó una larga y tediosa plática sobre como se necesitan cohetes enormes, llenos de combustible para poder despegar de la tierra y llegar a La Luna. De como la gravedad trae las cosas al suelo y eso es una ley que no se puede romper.

El niño escuchó atentamente y cuando terminaron sus padres, respondió que ya se dejaría de niñerías. Que era tiempo de ponerse serio. Sus padres lo felicitaron y mandaron a dormir. Ya en su habitación, el niño lloró amargamente. Esa noche no saludó a su Luna amada, pero cuando por fin se durmió, soñó que ella le llamaba. 

Se vio viajando a través del espacio, su nave no era un pesado cohete, ni estaba lleno de combustible. No pudo distinguir el material pero era ligero y por esa razón, la gravedad no lo atraía con gran fuerza al suelo. Podía volar por su cualidad liviana y flexibilidad. Así llegó a La Luna y contrario a lo que dijeron los mayores, si había lunáticos, marcianos y venusinos. Incluso había plutonianos que vinieron desde tan lejos nada más para saludarlo.

Hubo gran fiesta en La Luna: baile, teatro, títeres y música. Todos traían algo de su planeta para compartir con el resto, todos querían conocer las costumbres de los otros y todos respetaban las diferencias que podía haber.

Todo esto soñaba el niño cuando de pronto fue despertado por los gritos de su padre, que le urgía bajar a desayunar y le apresuraba a su aseo personal. Ya era tarde para llegar a la escuela.

Las clases fueron casi tan aburridas como siempre, excepto que hubo una pequeña pausa para hablar de un incidente con un compañero: El compañero había arrojado un avión de papel a la maestra.

Un avión de papel: ligero y flexible, que pudo volar por cierto tiempo para llegar a la enorme cabeza de la maestra y generarle un disgusto tremendo. El compañero fue suspendido unos días y se mandó llamar a sus papás para que hablara con la directora. Cuando regresó a clases, el niño le pidió a su compañero que le mostrara como fabricar esos aviones de papel.

El niño llegó a la casa muy entusiasmado. Pasó toda la tarde perfeccionando los dobleces necesarios para armar el avión. Estaba convencido que sobre este podría llegar a La Luna sin contratiempos. Era ligero; en contraste con los cohetes de miles de toneladas, su avión podría sostener su peso, evadir la ley de la gravedad y alejarse volando hacia la Luna.

Para construir su avión, cortó y pegó varias hojas del periódico que leía su padre. Unió tantas planas hasta que logró formar una enorme hoja, que luego procedió a doblar con sumo cuidado hasta conseguir el modelo deseado. Le tomó varios intentos conseguir un avión que volara, cuando sus padres cuestionaron el uso excesivo que le daba al papel, el niño respondió que era un proyecto escolar, así que lo dejaron en paz.

Ya con su modelo perfeccionado, decidió que era hora de partir. Por la noche, cuando sus padres dormían profundamente, subió al techo, tomó un viejo libro de cuentos mitológicos, para compartirlos con los habitantes de otros planetas, abordó a su avión y se  arrojó al cielo, tratando de alcanzar La Luna.

No fue un viaje tan largo como pensó. Estaba en La Luna y fue recibido con grandes aplausos. De todos los rincones de la galaxia llegaron seres para felicitarlo por su hazaña, se esperaba que llegaran más invitados de otras galaxias. La fiesta había comenzado.

Hubo pasteles diversos de muchos planetas lejanos, se escuchaban misteriosos instrumentos musicales de apartadas galaxias, capaces de sonar a través del vacío del espacio. Un coro de saturninos cantaba versos que narraban la proeza del niño, la alegría llenaba la Luna y se extendía por el negro espacio, sin embargo, desde un punto donde no brillaba ninguna estrella, llegaba un lamento. Grandes sollozos y un amargo llanto cubrieron los salones de fiesta y...

...El niño despertó del coma una semana después, su madre lloraba junto a él. Acostado en una fría cama de hospital, preguntó por sus amigos espaciales, quiso saber sobre su nave y no lograba entender por qué no estaba en La Luna, festejando.

Ya no habría nada que festejar, el papel no soportó su peso, cayó del punto más alto de su casa y apenas sobrevivió, sin embargo, ya no volvería a caminar, ni correr, ni jugar con otros niños. Sus padres y el médico le dijeron que los humanos no están hechos para volar.

Sentado en una silla de ruedas, un niño mira La Luna a través de su ventana. Con lágrimas en los ojos comprende que no podrá llegar a ella, pero ¿acaso los niños nunca pierden la esperanza? Los adultos le dijeron que el papel no soportó su peso, ese había sido el fallo.

El niño dobla una hoja de papel y forma un avión. Ahí deposita sus sueños, uno diferente cada noche. Su cuerpo se encuentra atado a la tierra, más no sus sueños. Abre la ventana y lanza un avión de papel rumbo a La Luna, donde sus amigos construyen un castillo hecho de ilusiones y esperanzas. Aguardan el día que ya no tenga cuerpo y pueda volar a su encuentro, sobre un avión de papel.

A Johanan.

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