sábado, 11 de agosto de 2012

Un beso robado

Llegué sin saber que decirle a su familia. Tenía flores en la mano, vestía elegantemente y trataba de ser empático, como cualquier pretendiente que quiere ganarse el respeto de los padres. Saludé cortésmente, seguí el protocolo para la ocasión, nada fuera de lo común.

Tomé un asiento, estaba nervioso pero trataba de ocultarlo. Quería verla y abrazarla, es muy grande el amor que por ella yo siento. Había más familia de la que esperaba ver. Tíos que no conocía, primos que me miraban con suspicacia, incapaces de contener sus miradas de ira y reproches.

Me sentí observado. Su familia no me quería en ese lugar, pero sus buenas costumbres toleraron mi presencia. Nadie quería armar un escándalo, no ahí, no enfrente de ella, mi amada y su hija consentida.

Por eso los celos. Su padre era estricto y muy controlador. Su madre considera que no soy buen partido para nadie, mi profesión no es bien vista a sus ojos. Su princesita, la menor de 3 hermanos, la más bonita de todas las primas.

Dulce en su forma de ser, comprensiva con los demás, gentil, noble. Me enamoré porque en ella vi la sencillez y la inteligencia, vi una persona diferente a como se supone "tienen que ser los de su clase". En esa ocasión volví a comprobar cuan diferente a ella es su familia.

Ellos saben lo que siento por ella, nunca me dejaron acercarme. Quizá esa prohibición, ese deseo hacia lo único que le fue vedado la impulso a enamorarse de mi. En su afán por separarnos solo consiguieron unirnos.

Salimos un par de veces, a escondidas de sus padres. No hubo palabras ni contratos de por medio, nada que entorpeciera nuestro amor. Tampoco hubo besos, ni caricias, ni abrazos. Nuestro amor nos convirtió en niños y jugamos a ser felices juntos.

Recordaba todo eso en silencio, esperando verla pronto. Reuní valor y caminé hacia ella, entre las miradas de asco y rechazo de su familia; aún en esta situación, su desprecio a mi persona resulta evidente. Los primos más atrevidos susurraron ofensas a mi paso; las ignoré. Mi deseo de verla y estar con ella era más fuerte.

Solo unos minutos pude verla. Estaba recostada, inmaculada, parecía dormida y no dejaba de sonreír. Un cristal me impedía tocar su rostro, oler su cabello. No volvería a contemplar esos grandes ojos y mi tristeza surco mis mejillas.

Cometí una imprudencia, lo sé. Quería sentir sus labios junto a los mios por primera y única vez. Bese el cristal, imaginando que ella aún respiraba. Imaginé su sonrisa después de aquel beso robado y el brillo de su rostro. Fue ridículo, fue absurdo. Me sentí estúpido, pero lo hice.

Luego me sujetó una vigorosa mano retirándome del lugar. -Lárgate -dijo su padre y salí en silencio, avergonzado por mi atrevimiento. El peso de aquellas miradas fue casi insoportable. Ya no volvería a caer sobre mi. Ya no tenía nada que hacer ahí. Se cumplió su deseo, no estaríamos juntos nunca. Mi amada está muerta.

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