miércoles, 8 de agosto de 2012

El contenido de la bolsa

La tarde era nublada pero no pronosticaba lluvia. El sol ya se ocultaba y el viento típico de la ciudad soplaba muy fuerte llevando consigo mis pasos. Había decidido salir a caminar sin rumbo, en busca de no se qué, algo que me librara de esta apatía.

El viento me encaminó hacia una zona por las orillas de la ciudad, donde cruza un río de aguas negras y el pasto crece en el borde; alto, sin mano alguna que quiera hacerse cargo de el. Ahí donde los desechos de toda una ciudad cruzan apestando las cercanías, vi una figura hurgando entre la basura que la gente tira sobre el pasto.

Me sorprendió ver bolsas de distinguidas tiendas departamentales, repletas de algo que mis ojos no alcanzaron a ver claramente. Llamó mi atención ver marcas tan reconocidas tiradas junto a la porquería de la "civilización". Un momento de reflexión me llevó a concluir que justo en ese lugar era donde pertenecían. Son desechos, solo que estoy acostumbrado a ver esos letreros sobre un elegante aparador o siendo cargados por delicadas manos femeninas.

Seguí mi camino hasta percibir que ya era muy tarde y debía regresar a casa. En el trayecto, volví a encontrar a esa figura. La miré de manera involuntaria y vi el rostro de una mujer, muy quemado por el sol. Una gran boca abierta trataba de retener el aliento y unos ojos cansados, de mirada perdida, reposaban encima de unas mejillas exageradamente pintadas de color rojo.

Lo supe a primera vista, esa persona no se encontraba bien de sus facultades mentales. Su ropa me recordó la de un payaso. Vestía un saco azul de hombre que le llegaba a las rodillas, desgastado de los codos, raído. Le hacía juego un pantalón rosa, desgarrado en muchos lugares y una blusa blanca llena de manchas.

Lo confieso, no pude retirar mi vista de ella por unos segundos. No trataba de ser grosero, tampoco discrimino a las personas, solo llamó mi atención así como lo hacen las aves de color rojo que de vez en cuando veo volar cerca de mi casa. Y más llamó mi atención que ella transportaba las bolsas que había visto minutos atrás.

Guardadas celosamente bajo el brazo, aferradas fuertemente en su otra mano, llevaba las bolsas que, al igual que a mi, habían atraído su atención por los brillantes colores. Estaban repletas, como dije antes, pero tampoco pude ver su contenido.

Seguí mi camino y ella el suyo. El viento trajo una imagen a mi mente y vi a esa persona, junto con muchas otras de similares características, entrar y salir de las tiendas departamentales que entregan esas bolsas. Ellos eran los clientes.

Me pregunté que sentido tendría para la señora de la basura el contenido de su bolsa. ¿Es algo importante? Quizá para ella si. Tal vez eso que carga es igual de significativo que las cosas que se compran en las tiendas departamentales. Objetos donde se depositan las expectativas, las ilusiones. Desechos al final de cuentas.

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