miércoles, 29 de agosto de 2012

Dos aves

Estaba a punto de llegar el invierno; el viento ya se colaba entre los poros y llegaba a los huesos. El frío que sentían los hacía temblar y la gente buscaba un cálido abrigo. Algunos una cobija, otros el abrazo de una persona.

En una de esas frías y ventosas tardes de otoño, corrí a cerrar la ventana para evitar un accidente y vi a dos aves volar muy cerca una de otra. Cerré la ventana y salí a la terraza para verlas mejor. Planeaban en círculos, una seguida de otra, allá a lo lejos, muy arriba en el cielo.

A veces describían curvas y súbitamente cambiaban de dirección; caían en picada y remontaban el vuelo, siempre una al lado de la otra; subiendo en espirales y flotando con gracia cerca de las nubes. Parecía una danza.

Me quedé absorto mucho tiempo con semejante espectáculo hasta que, sea por cansancio o porque su danza había llegado a su fin, las aves decidieron posarse sobre la rama del más alto de los árboles que hay cerca de mi casa.

Afortunado soy, pues ese árbol se veía muy bien desde mi terraza. Estaba plantado en un jardín comunitario. Seguían estando uno cerca del otro y pude escuchar su hermoso canto. Era de verdad un espectáculo maravilloso.

Las aves salían a danzar y cantar más o menos a la misma hora y se perdían al anochecer. Pasaron un par de semanas y luego ya no las vi. Pensé que habían emigrado a causa del frío, pero una tarde volvió una de ellas. Estaba sola y aunque seguía con su danza aérea, ya no era tan hermosa como antes, se sentía incompleta.

Lo mismo pasó con su canto; cambió su alegría por un sentimiento de nostalgia. Sin embargo, si uno escuchaba con atención, podía percibir las notas de esperanza que manaban de su pecho y que el viento se llevaba a un lugar desconocido.

Llegó el día que tampoco apareció aquella solitaria ave. Supuse que le había llegado el momento de volar a lugares más cálidos. Guardé aquel bello recuerdo en mi memoria y seguí con mis actividades.

Pasados dos años. Otra vez escuché un canto muy hermoso que se colaba por la ventana abierta de mi habitación. Estuve seguro de que eran las mismas aves, no podía creer que estuvieran de vuelta, volando una al lado de otra; verlas juntas, danzando y cantándole al cielo me llenó de gran dicha.

A pesar de la carga de trabajo que tenía, me di tiempo para mirar a las aves. Sabía que tenía que aprovechar las tardes porque algún día partirían lejos, a refugiarse del inminente frío.

Y ocurrió una tarde nublada. Otra vez se quedó sola un ave y me sorprendió que haya dejado su danza. Su canto sonaba más triste que antes, o así lo percibía. Es verdad, la esperanza también seguía ahí, pero ¿por qué no se marchaba el ave?

Ahí sigue, cantando sola, al cielo nublado. La esperanza no la abandona, pero el frío no perdona. Por las noches se pierde con rumbo a un nido del cual desconozco su ubicación. Pronto será invierno, ya debería partir, pero sigue sin volar, simplemente añora contemplando el horizonte.

No hay comentarios: