domingo, 14 de octubre de 2012

Ingravidez

Le dolía el costado. Fue un duro golpe y tardó en ponerse de pie, luego subió las escaleras contando cada peldaño; 1, 2, 3... 8. Al sacudirse el polvo se percató que de alguna manera había roto su pantalón. Una playera vieja, sucia y sudorosa junto con un par de tenis rotos, quizá malolientes, le daba el aspecto de un indigente. La gente que pasaba lo miraba con desconfianza.

Era una plaza pública, con un gran reloj monumental antiguo. Siempre había muchas personas: de compras, admirando el reloj, algunas de la mano con su pareja o sentados sobre el pasto. Niños pequeños corrían, madres asustadas los cargaban para evitar la cercanía de aquel "vago". A él no le importaban los comentarios despectivos, simplemente quería que se quitaran de su camino.

Tenía de frente la escalera, amplia, alta y larga. Repasaba mentalmente lo que tenía que hacer: "Primero un buen impulso para sortear la distancia, luego la tarea de Filosofía porque la maestra se pone intensa y me va a reprobar y mi papá me va a regañar y seguramente no me dejará salir los fines de semana y si me escapo no voy a tener dinero para pasajes pero más que los pasajes me preocupa que no tendré para comer..."

Su mente divagaba, olvidó lo que tenía que hacer y se lanzó con gran impulso. Antes de llegar a la escalera, se detuvo:  bajó de la skateboard y dejó que esta siguiera su curso, en descenso. Estuvo a punto de golpear a una señora, que le reclamó airadamente su imprudencia. Simplemente tomó su tabla, vio a la señora a los ojos, luego dio media vuelta y volvió a subir, contando cada peldaño.

Respiró hondo tratando de poner orden a sus ideas. Tenía sed. Había comprado unas bolsitas con jugo de naranja. Eran económicas pero no mitigaban su necesidad. No alcanzaba para más. Volvió a concentrarse en el salto: "Impulso, luego un golpe firme con el pie derecho en la tail y si bien me va, los puntos extras por las tareas y buena conducta me ayudarán a pasar el examen final"

Se quedó inmóvil. Imaginó el rostro de su padre, furioso. Ya había pasado malos ratos en la secundaria, ahora el bachillerato le estaba costando el doble de trabajo. No quería más regaños de su padre, le tenía miedo. --¿En qué momento se había complicado tanto la vida?-- Pensó, luego se corrigió y se dijo así mismo que llevaba una vida fácil, el problema era su irresponsabilidad.

Cuatro ruedas bajo una tabla giraban ruidosamente. Encima de la tabla iba un joven, daba vueltas sin parar, deseando regresar el tiempo, cuando era acompañado por otros dos amigos y organizaban concursos para decidir quién era el mejor sobre la patineta. Cuando no existía la materia de Filosofía, ni la odiosa maestra que la impartía.

Quería volar. Siempre le había gustado el cielo azul y las estrellas. Las nubes se le antojaban como grandes parques de diversiones. Se imaginaba rebotando entre ellas o simplemente acostado cómodamente. Sabía que no eran más que acumulaciones de gases, pero él veía dragones en las nubes y a veces pensaba que él los dominaba.

El viento despeinaba su cabello, sentía una opresión en el estomago, como un nudo, sin embargo, cedía con cada impulso de velocidad, se aflojaba. "Impulso, golpe, raspa la lija en diagonal.... vuela"...

Ingravidez. Así lo llaman los Físicos. Son apenas unas milésimas de segundo, un instante en que el mundo cobra sentido para él. El nudo en el estomago desaparece, siente cada poro de su piel invadido por el aire a su alrededor. Hay silencio, como si se moviera en otra línea del tiempo, una donde se mira a si mismo en cámara lenta.

No existe la Filosofía, su padre está orgulloso de él. Ve pasar los peldaños a varios centímetros de su cuerpo. La tabla gira libremente, luego sus pies recobran el mando. Extiende los brazos y prepara sus piernas para recibir el suelo. El sonido del choque de las ruedas contra el pavimento lo regresa a nuestro tiempo. Se deslizó tranquilamente, esquivando peatones.

La gente vio pasar a un niño con un juguete peligroso. Se deslizaba por las calles, cuidando no chocar, ni ser atropellado. Miradas reprobatorias seguían su trayectoria. Aquel no era un niño, ya tenía quince años y sabía a donde tenía que ir: a casa, a estudiar. El examen será algo fácil y su padre estará orgulloso de él. Lo hubiera visto volar.

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