martes, 2 de octubre de 2012

Un lunes como cualquier otro

No dormí bien, me despertó el sueño que tuve. Es paradójico, lo sé, pero así fue. Generalmente las pesadillas despiertan, en este caso, fue un sueño, algo lindo. Estaba con personas a quienes quiero, en lugares donde pasé mi infancia, "viviendo" momentos de mi juventud.

El sueño llegó a su fin. Desperté cansado, con los ojos hinchados; me costó trabajo abrirlos y me decepcioné al estar rodeado de oscuridad, pensé que ya había amanecido. Consulté el reloj y eran las 3:45 de la mañana. Amanecería dentro de 3 horas aproximadamente así que tenía hasta las 7:30 para volver a dormir.

Era una situación molesta pues tenía que trabajar y detesto iniciar los días tras una noche de duermevela. Hay responsabilidades que cumplir y el trabajo en la oficina se acumula día tras día.

Así llegué a mi cubículo, un lunes como cualquier otro. Encontré un recado dejado el viernes. No comprendí bien la petición que me hacían, tenía que ver con el trabajo atrasado, cifras y cosas que hacían falta. Tenía las cotizaciones amontonadas, balances fiscales y demás papeles importantes.

Pensé --vivo entre números, organizando cifras. Todo debe cuadrar y sin embargo mi tiempo nunca cuadraba. --No me sentí nada bien después de eso, creo que me dieron nauseas, en parte por el desvelo y también por la presión. 

Tomé los primeros documentos del día y no entendí nada. Tenía la mente embotada y tecleaba al azar en la computadora, intentando darle sentido a todo lo que me rodeaba. Traté de concentrarme en la pantalla pero no distinguía ningún símbolo, supuse que alguien  aprovechó el fin de semana para jugarme una broma.

De pronto la pantalla se volvió negra y tuve que llamar al de mantenimiento. Estaba en mi cubículo con un montón de trabajo y un monitor inservible; con ojos hinchados, a punto de dormir y para rematar, un inútil empleado de informática estaba tardando demasiado y ya urgía entregar reporte de actividades.

Pensé que tal vez el CPU se había dañado, lo cual significaba que el trabajo de meses enteros se iría a la basura. El esfuerzo, las tardes de horas extras, las noches de preocupación, los fines de semana confinado en la oficina... todo se perdería, incluido mi empleo.

-¡Despierta! --Escuché, con una fuerte palmada en el escritorio. Era el jefe que me había descubierto durmiendo en horas de trabajo. Traté de justificarme, le expliqué el insomnio que padezco, la broma del monitor y el retraso del chico de informática. Le dije que era un buen empleado, honesto y trabajador.

No quiso escucharme, no entendía razones. Yo no puedo con tanto. Dijo que  reduciría mi salario, que debería estar agradecido con él por no correrme en ese instante. Le pregunté qué haría sin dinero. Tengo gastos, deudas. Mis finanzas deben cuadrar, así como las de la empresa.

Le recriminé su falta de empatía ¿no se daba cuenta que tenía problemas o trataba de torturarme? Ofendí su persona, le llamé cerdo hijo de puta. La discusión ya no siguió, fue cortada con las palabras "toma tus cosas y lárgate". Se acabó. No había más que hacer y llorar sería humillante pero caí de rodillas y... y...

El despertador sonó a las 7:30 de la mañana de un lunes como cualquier otro. Todavía estaba asustado y miraba alrededor, confundido. Esperaba estar verdaderamente despierto, ya veía la luz del amanecer filtrándose por las delgadas cortinas. La pesadilla me despertó, como suele ocurrir.

Me preparé para partir al trabajo, ya más tranquilo, sin embargo una duda no salió de mi mente y tal vez no pueda sacarla, pues cada día que pasa, aún sin venir acompañado de pesadillas nocturnas, me taladra el pensamiento. 

Ya no vivo con la certeza de distinguir el sueño y la vigilia, pues temo que tarde o temprano, mi pesadilla no sea producto de un terror nocturno, sino el evento de una realidad que vivo y se repite rutinariamente en horarios de oficina.

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