martes, 12 de junio de 2012

Viajando en Metro

Otra noche más saliendo del trabajo. Quisiera salir temprano pero con todo lo que pasa actualmente el trabajo se acumula y se acumula y siempre debo regresar tarde a casa. Me queda por delante un largo viaje en Metro.

La fila para comprar boletos es larga, por eso siempre los compro con anticipación. El calor de las estaciones sofoca, la gente empuja, a veces corre. Unos tratan de esquivar esa marea, es difícil librarte de ella, más no imposible. Lo curioso es que, entre tantas personas, pocas veces sientes una mirada. Aquí estás solo, con tu atención pasando del grito del vendedor ambulante al letrero que nombra la estación. 

Cuando el mundo se vuelve pequeño en el exterior, el interior empuja, crea, imagina, reinventa. Así el viaje se vuelve más placentero. La oscuridad de los túneles va adquiriendo color, que se deja llenar de aromas y hedores... niños llenos de dulce, chicas que les baja la regla, obreros cansados y sudorosos, borrachos, amas de casa... todos con historias que contar.

A veces imagino que subo al vagón y encuentro un lugar vacío para sentarme. En la siguiente estación, sube una chica hermosa; tez blanca, de largo cabello negro, con ojos color café y usando un vestido. Como buen caballero le cedo el asiento y agradecida, platica conmigo acerca de su día. Dos perfectos desconocidos contando su vida uno al otro.

Pero la cosa no queda ahí, cuando pensamos en despedirnos, nos damos cuenta que vamos hacia el mismo lugar y salimos del Metro. Sin darnos cuenta nos tomamos de la mano y caminamos, riendo como locos, de lo absurdo, de las coincidencias; porque no paran esta noche y pareciera que la vida nos juega una alegre broma mientras continuamos de la mano dirigiéndonos a un destino en común.

Una noche de soledad que encuentra la perfecta compañía en un par de desconocidos; locos y atrevidos, que no temen experimentar y vivir el riesgo. Una noche que termina uniendo los cuerpos en algún lugar que nadie se atreve a mencionar. Un amanecer que cruza las miradas de aquellos individuos recostados en la misma cama, desnudos.

No hay nombres de por medio, ni intercambio de números telefónicos. Se despiden con un abrazo, un beso y una mirada que se quedará plasmada por siempre en los recuerdos y evocará la dicha de esa locura que cometieron. Un feliz adiós.

De pronto me doy cuenta que esta es mi estación de bajada. Apenas alcanzo a salir antes que se cierre la puerta. Enfoco mis pensamientos en los deberes cotidianos, tengo que pasar a la tienda por algo de cenar... de pronto la veo, caminando frente a mi, en dirección opuesta: tez blanca, de largo cabello negro, con ojos color café y usando un vestido. Nuestras miradas se cruzan un segundo, ella voltea, yo prosigo mi camino a casa.

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