martes, 17 de julio de 2012

Joaquín Villada

Cuando la desgracia se acerca, no hay poder humano que la detenga. Intenté vivir feliz este tiempo sin mi padre, pero su recuerdo es un tormento para mi ser y mi existencia. No se confundan, mi padre no fue una mala persona, tampoco me trató mal ni abuso de mi. Es complicado, ni yo mismo lo entiendo, por eso lo escribo, para tratar de encontrar una explicación racional, aunque yo mismo haya perdido la razón.

Creo que todo comenzó algunos años, durante un paseo familiar. No recuerdo exactamente el lugar ni la fecha. Mi familia estaba constituida por papá, mamá, un hermano y yo. Disfrutábamos de salir todos los domingos a comer, al cine, al parque, a donde fuera y siempre juntos. Había buena unión familiar y nuestra economía permitía ciertos lujos.

Mi padre era empresario. Tenía contactos con gente de gobierno, por esa razón vivíamos con relativa tranquilidad en tiempos donde la violencia imperaba. Sus negocios funcionaban al margen de la ley o eso pensábamos, pues luego descubrí que ciertos tratos favorecían a personas que no actuaban con rectitud. Aún así, mi padre no permitía que se turbara la paz dentro de la familia. Era protector y sabio.

Nos encontrábamos en los límites de la ciudad, recuerdo vagamente un mercado de flores. Había poca gente y era un domingo muy temprano por la mañana, de eso estoy seguro. Recorríamos los puestos buscando las flores más hermosas, para llevarlas al sepulcro de mi abuelo. De pronto aparecieron 2 tipos y sujetaron a mi padre por ambos lados, él trató de resistir sin conseguirlo.

Recuerdo que mi hermano menor corrió para ayudarle, mientras mi mamá y yo estábamos paralizados, presos del pánico. Nadie más se movió de su lugar y trataron de ignorar la situación. Me sentí impotente, débil. No era más que un estorbo en un momento de gran necesidad para todos. No pensé en nada, solo vi la lucha. Golpes, forcejeo y un estallido que marcó mi vida, luego otro.

Mi mamá me abrazó y me apartó de la escena. Pensé que mi padre había muerto o mi hermano, pero no tardaron en llegar ambos, sanos, con apenas algunos rasguños y moretones. Corrimos al auto y nos refugiamos en casa. Mi padre hizo unas llamadas, todo fue un ataque premeditado, él simplemente se defendió y había matado a una persona, quizá empleado de "la competencia". Aparentemente, uno de ellos había escapado.

Mi padre tuvo que salir de la casa. Todo el día y la noche estuvo afuera. Llegó a la mañana siguiente con la noticia que había que mudarnos. Empacamos rápidamente y nos cambiamos de ciudad.  Todo fue muy rápido y precipitado. Mi padre dijo que había tratado de disculparse, que había sido un error, que él nunca traicionó a nadie. Por primera vez vi el temor reflejado en los ojos de mi padre y me sentí muy mal.

Era él quien me protegía ¿y ahora? Huíamos de todo, en lugar de enfrentar los problemas. No era lo que me había enseñado. Acaté sus órdenes por temor pero algo en mi no se conformaba. Pasaba las noches sin dormir, no podía alejar su rostro lleno de lágrimas, su voz quebrada, su... debilidad.

Pasaron los años y mi organismo tuvo que recibir algunas sustancias para tratar de olvidar todo aquello. Pensamos que era hora de regresar a nuestra anterior ciudad, a retomar la vida de lujos y comodidades, a continuar con los negocios familiares y yo, como el hijo primogénito, debía hacerme cargo.

Parecía ir bien. Los negocios iban por buen camino, la riqueza aumentaba y los bienes era asegurados, sin embargo, el miedo no desaparecía por completo. Era una sombra en la familia, un cáncer que lentamente destruía la paz en mi alma y la de mi familia. Decidí terminar con ese miedo, responder como mi padre nunca lo hizo en todos estos años, pero tenía que esperar la oportunidad para lograrlo.

Apenas cumplíamos un año de haber regresado. Por mi iniciativa, retomamos los paseos familiares en domingo. El miedo nos había confinado a la relativa seguridad de la casa. Yo quería romper esos tabúes y convencí a mi familia de salir a un centro comercial. Entre tanta gente estaríamos a salvo, nadie nos tocaría para evitar el escándalo... o la masacre.

Estaba equivocado. Apenas abandonamos el hogar y presentí que nos seguían. Fui un estúpido al creer que nos podríamos librar de ellos, había puesto a toda mi familia en peligro pero no me abandone al miedo. Este sería momento de ajustar cuentas. Pensé que nadie más había notado el auto que nos seguía, ni la persona que observaba nuestros movimientos en el centro comercial, pero mi madre si lo hizo. Me tomó del brazo y confirmó sus temores.

Bruscamente liberé mi brazo, miré a los alrededores para encontrar al individuo que nos seguía y marché decididamente a su encuentro. Mi madre trató de detenerme. Llorando, me dijo que lo olvidará que ya había hecho demasiado tratando de olvidar el pasado y brindando una nueva vida y esperanza a la familia. Me dijo que era tan parecido a mi padre... valiente, noble, protector. No. -Respondí. -No soy como mi padre. Es mi hermano quien se parece a él. Yo no pude hacer nada para defenderlos hace años, cuando pasó todo lo que nos trajo a esta situación.

Dejé a mi madre con mi hermano, busqué por todos lados al tipo. Lo vi huir hacia los baños del centro comercial. La plaza era grande y tuve que caminar algo de distancia para darle alcance. Corrí un tramo para evitar perderlo de vista, al hacerlo, me di cuenta que el traje que usaba estaba demasiado grande para mi talla, quizá lo confundí con uno de mi padre. Desabroche mi corbata y cargué el saco en el brazo.

Al llegar a los baños, noté una salida de emergencia. Supuse que el individuo salió por ahí. Me deslicé cautelosamente y llegué a una especie de área de oficinas. Una linda secretaria me recibió, dijo que esperara sentado, que el señor pronto me recibiría. Confundido, hice lo que me pidió.

Luego de un rato, un señor gordo y calvo, vestido con un elegante traje café, me recibió en su oficina personal. Este lugar resaltaba por el gran lujo. Parecía una biblioteca en pequeño, con grandes libreros a los lados, en perfecto juego con el fino piso laminado y un escritorio de elegante y fuerte roble.

Me pidió que tomara asiento. Me observó en silencio por unos segundos y habló. -Tú cara me es familiar, me recuerda a una persona que conocí hace mucho tiempo y que desafortunadamente ha fallecido. Era un buen amigo mío, su apellido era Villada. -También soy Villada-. Respondí.

-Entonces debiste conocerlo. ¿Qué era de ti el señor Ulises Villada?. -No respondí. -Ya veo, ahora se quién eres tú. ¿Sabes? Entre tu padre y yo siempre hubo un código de Ética y Honor. Llámalo un "Pacto de Caballeros". Él murió y parece que no lo transmitió correctamente a su descendencia. -Se equivoca.- Repliqué. -En mi familia siempre ha existido el Honor, la Honestidad, la Rectitud, la Justicia.

-¿Justicia, dices? Me alegra saberlo. Soy un hombre ocupado y no me gusta perder mucho tiempo con los niños, mira tu forma de vestir, desaliñada. Arregla tu presentación y ven a verme después. Lo que necesites, lo que se te ofrezca, dímelo, por favor y si está en mis posibilidades, te lo daré.

Me percaté claramente de su falsedad. Todo lo que decía era una máscara, trataba de ocultar un deseo de... ¿venganza? ¿Hacia mi familia? ¿Qué le habíamos hecho? Por el contrario, mi familia era quienes sufrían por el error de mi padre.

Antes de salir, tomé la palabra. -Si es que de verdad me quiere ayudar, firmemos una sociedad entre nuestras empresas y sobre todo, respetemos la vida de las familias de nuestros socios. ¿Soy claro al respecto? No permitiré que toque a ninguno de mis seres queridos.

Por la expresión de su rostro, deduje que no esperaba mi atrevimiento. Después de unos segundos que ocupó para controlar su ira, dijo -Ya veo que no trato con un infante. Ciertamente posees una cualidad deductiva, así que seré completamente honesto contigo. Hace muchos años, en aquel mercado de flores, disparaste en contra de mi hijo. Las influencias que te dejó tu padre evitaron que te alcanzara mi venganza, sin embargo, ahora vienes a mi, por tu propia cuenta y pides respeto por la vida de tus hijos. Si de justicia hablaste hace unos minutos, entonces exijo justicia. Ojo por ojo...

Aquel calvo continuó hablando mientras yo me sumía en mi propia mente. Ideas confusas me asaltaron, no entendía lo que decía. Pensé que aquel individuo obsesionado con la venganza se encontraba hablando con un fantasma, pero se dirigía hacia mi, como si fuera el culpable de toda su desdicha. No era yo el culpable, era mi padre, mi padre...

Llegaron sus hombres y nos separaron. Forcejeamos. Tratamos de matarnos. Él me dijo que haría todo lo posible por destruir a Joaquín Villada, le respondí que como lo haría si Joaquín Villada llevaba años muerto, que yo era Martín Villada, su hijo. Profirió un último grito de horror. En verdad me parecía a mi padre y a mi abuelo.

Volví al centro comercial, busqué a mi madre y mi hermano. Regresamos a casa y dejé al frente del hogar a mi hermano. Les pedí que me internaran en un hospital psiquiátrico. No estoy seguro de quien soy. A veces me levanto y exijo ver a mi familia y a mis hijos, otras veces me veo como aquel niño temeroso siendo abrazado por mi mamá frente a un puesto de flores.

De aquel gordo ya no supe más. Vivió años obsesionado con la idea de ver morir a mi padre en sus manos. Yo le negué ese deseo, mi padre se lo negó. Detrás de esta habitación, bajo los efectos de medicamentos, la única esperanza que tengo, siendo Joaquín o siendo Martín, es que mi familia se encuentre bien.

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