martes, 17 de julio de 2012

Tarde en la ciudad

En una de las tantas estaciones del Metro de la capital, justo en los primeros peldaños de una ancha escalera gris, dos señoras entradas en edad se sientan en orillas opuestas. Al frente de ellas hay una caja; la de la izquierda contiene mazapanes, la de la derecha caramelos.


Afuera es un día lluvioso, las personas buscan refugio dentro de la estación y la mayoría entra para viajar a casa después de una larga jornada de trabajo; unos hacen fila para comprar boleto, otros pasan directamente a los torniquetes.

La señora de la izquierda duerme, cabecea tratando de mantenerse despierta. El día ha sido extenuante y la venta escasa. Sus ojos hace tiempo que perdieron la luz de la juventud. Su rostro se vuelve duro al recordar las ilusiones y los sueños destrozados, sin embargo, algo dentro de ella se resiste a la derrota y le da fuerza para gritar anunciando sus mazapanes.

Nadie voltea a verla, pero mientras la gente circula por la escalera ella continúa anunciando su producto. Por el contrario, la señora de la derecha permanece en silencio, mirando el suelo. Sus características son similares pero las actitudes diferentes. Ella no grita, tampoco duerme, simplemente espera algún cliente, una venta más al día. Hace años que sobrevive  en la monotonía rutinaria, sin hambre, sin sed.

Así transcurre el tiempo, al paso indiferente de las personas. La gente quiere llegar a casa para cambiarse la ropa mojada, busca la comodidad del hogar para reposar de los corajes, los empujones, las manchas en los trajes. No faltan los miedosos, en alerta, esperando una mano a sus espaldas, apuntando con un arma para tratar de quitarle los pocos centavos que lleva en el bolsillo. A veces pasa, otras no. Es solo una tarde más en la ciudad.

La lluvia arrecia y el viento se encarga del resto.

No hay comentarios: