martes, 20 de noviembre de 2012

Celebración

En esa ocasión celebraron sus treinta años en la empresa. Era un empleado con una gran trayectoria y pocos amigos. Creía firmemente que para tener éxito no había espacio para cuidar amistades. El trabajo era su vida, no estaba casado ni tenía hijos.

Al llegar a casa lo recibía un perro labrador. Enorme lugar para vivir, fruto de arduo esfuerzo y dedicación. Ni una sola falta, ni un retardo por enfermedad. Cuidó su salud tanto como el trabajo lo permitió. Dormía tranquilo pensando en su cuenta bancaria, que crecía mes con mes.

Fue paciente al administrar su dinero, supo ver oportunidades donde nadie más las encontraba. Logró reconocimiento y de empleado fue subiendo en la jerarquía. Otros lo miraban con envidia, unos pocos con admiración.  No hacían falta halagos, eso no engrosaba la cuenta en el banco.

Sus caprichos los cumplió con moderación. Apenas unas vacaciones, visita a diferentes países en cuanto pudo pagarlo. Aún así, ahorraba por años para pagarlos. Otras eran sus prioridades. Lujo en la sobriedad, aunque suene contradictorio.

Treinta años llevaba trabajando. Por un tecnicismo no le daban su jubilación. Cincuenta y cinco era su edad.

Entre los asistentes a la fiesta había un joven mensajero. Apenas veintitrés. Vivía con su madre en un pequeño departamento, salir con su novia consumía casi todo su pago, solo dejaba una parte para los gastos  de su madre y de la casa.

Vivía al día, entre fiestas y excesos, siempre con retardos, inventando excusas para faltar los lunes. Seguido se enfermaba o decía estar enfermo. Quería descansar, tener más vacaciones, que no lo presionaran en el trabajo. Tranquilidad.

Gastaba en cuanto capricho se le ocurría a él y a su novia. Discos de música, películas, cafés y decenas de botellas de licor barato, para que rindiera y se embriagaran pronto. Quería un mejor puesto, no sabía como lograrlo pero cada mañana se levantaba pensando en un ascenso.

Apenas dos meses trabajando, quizá era hora de renunciar y buscar algo mejor.

En pleno discurso de agradecimiento, aquel empleado de gran trayectoria sintió una falta de aire. Quizá habían sido demasiadas emociones para un día. Sintió una opresión en el pecho y adormecido el brazo izquierdo.

Lo supo al instante y se preguntó si había valido la pena los cincuenta y cinco años de su vida.

El joven mensajero tuvo miedo al ver a su jefe caer al suelo. No espero la indicación y salió corriendo por el médico. Era tanta la prisa que resbaló por la escalera. Apenas se dio cuenta del golpe en la cabeza, se nubló  su vista y sintió un líquido caliente resbalar por su espalda.

Lo supo al instante y se preguntó si había valido la pena los veintitrés años de su vida.

No hay comentarios: