jueves, 29 de noviembre de 2012

Resaca y rutina

La resaca es cruel, aún así aguanta los malestares frente al resto de compañeros. Si preguntan, la gripe ha "pegado duro" y mientras la peste del licor se confunda con el olor de la medicina, no tendrá problema. Aunque falten cinco horas para regresar a casa y envolverse en la cama. Por ahora debe concentrarse en grises paredes, sin adornos. Debe mantener el equilibrio al caminar y hablar con propiedad.


Los murmullos a su alrededor le confunden. No comprende lo que dicen y no quiere saberlo; solo desea que se callen. Quizá eso alivie el dolor de cabeza. Sin embargo, hay quienes hablan más fuerte, casi a gritos. Ríen como si estuvieran en una fiesta, como la de ayer. El silencio es una bendición que no conseguirá por el resto del día. Tendrá que aceptarlo, habrá ruido y dolor.

De pronto llega La Jefa. Dueña de su tiempo (y libertad), quien decide lo que hay que hacer o dejar para después. Controla con fría sonrisa las decisiones de muchos; su mirada es penetrante, su expresión imperturbable y aunque se muestre amable, nunca podrás adivinar que piensa. Así muchos han partido, creyendo que cumplían; quizá, simplemente, no la satisfacían.

Pasa a su oficina, él mira con atención, asíente pero no comprende las indicaciones. Hace preguntas, sugiere, pero no entiende. Queda pactado el trabajo: para hoy en la tarde, si no hay inconveniente. ¡Qué mayor problema que una resaca! Aún así se pone en marcha, con instrucciones imprecisas, tratando de imaginar qué es lo que le pidieron. No quiere ser despedido.

Piensa que la tecnología le ayudará. Pleno siglo XXI, el Internet es la respuesta, aunque desconozca la pregunta. Hay miedo, no quiere preguntar a nadie sobre su tarea. Él puede hacerlo solo... si supiera que tiene que hacer. Toma lápiz y papel, dibuja en las hojas blancas. Revisa su impresora y también consulta la hora. El tiempo parece detenido.

Miradas. Los otros lo ven; unos discretamente, otros con descaro. Hay risas escondidas y burlas susurradas. Tiene miedo. El malestar ya no es la resaca, sino la incertidumbre. Tiene que superar la timidez y preguntar a su compañero. ¿Qué pidió La Jefa? Su compañero tampoco lo sabe... o no quiso decirle. Hay odio; la ira asoma oculta bajo un tic en el ojo.

Ahora está sentado. Ya nadie lo mira. Se distrae en redes sociales y artículos de poca importancia. El tiempo avanza lentamente y llega la hora de confrontar a La Jefa. Con una vaga idea y una hoja dentro de una carpeta, toca la puerta de la oficina principal. No sabe qué decir ni hacer y solo escucha un "¡Adelante!" mientras da vuelta al pomo...

De vuelta en su pequeño cubículo, frente a un monitor apagado. Toma la foto que adorna su escritorio: la imagen de una mujer joven y bella que le sonríe; una sonrisa que no era para él. Guarda lapiceros, lápices, hojas blancas y un pequeño cuaderno. Justo ahora se da cuenta que las paredes son blancas, no grises. Se despide pero nadie responde; ellos nunca fueron amables.

No hay dinero, no habrá dinero en algunos meses. Su mente le recuerda la fiesta de ayer: los excesos, las mujeres que conoció, los hombres que retó. Amigos. Desea llamarles, seguramente habrá otra fiesta. Debe pasar a cambiarse, quitarse el disfraz y retomar lo que verdaderamente es. Ya es tarde y todavía tiene un largo camino a casa.

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